La palabra negacionismo en su sentido más amplio se refiere a la negación de la realidad para evadir una verdad incómoda. Yo hasta ahora la utilizaba -además de cuando pensaba en los que todavía niegan el Holocausto- en asuntos tales como el cambio climático, temas en los que, a pesar de que las pruebas científicas que avalan la certeza del fenómeno son aplastantes, algunos les dan la espalda para evitar así tomar medidas que no les interesan. Pero a partir de ahora incluiré en el paquete de los negacionistas a todos aquellos que, en mayor o menor medida, niegan la gravedad de la pandemia que en estos momentos mantiene en vilo a la humanidad. Es más, les daré el nombre de "coronanegacionistas", algo largo, pero fácil de memorizar.
Los negacionistas de la letalidad del coronavirus no son pocos. Lo que hay que preguntarse es cuál es la causa de esta militancia tan extendida, las razones que los llevan a minimizar la gravedad de la pandemia. Pudiera ser que, como sucede con el cambio climático, a los “coronanegacionistas” les moviera razones económicas, ya que las medidas de confinamiento para aislar al virus paralizan en cierta medida la marcha de la actividad empresarial. Pero esto justificaría a una parte de ellos y no a todos. Mucho me temo que en España hay bastantes cuya negación se basa en una simple postura antisistema, en este caso antigubernamental, porque a este gobierno le ha tocado tomar las medidas para combatir la epidemia, y que lo esté haciendo con determinación no se lo perdonan. Para ellos no importa si las disposiciones que se han promulgado son eficaces. Lo que valoran es quién las ha puesto en marcha y no las razones de su ejecución.
Para ilustrar lo que acabo de escribir podría poner bastantes ejemplos, pero, por aquello de la brevedad que me impongo en este blog, me quedo con uno sólo: el voto en contra de las extensiones del estado de alarma. Los “coronanegacionistas” han argumentado para justificar su decisión que ya no eran necesarias, porque la situación había cambiado. No han explicado en qué, simplemente han votado no a una propuesta del gobierno. Que esta herramienta legal fuera imprescindible para obligar a cumplir las medidas de protección adecuadas les traía sin cuidado. Era una propuesta del gobierno y eso les bastaba para no apoyarla.
Mucho me temo que el número de “coronanegacionistas” vaya aumentando, pero a partir de ahora por razones diferentes a las de arriba, sólo para justificar el incumplimiento de las medidas de prevención contra la epidemia. Qué duda cabe de que el uso de la mascarilla resulta incómodo y de que mantener las ahora llamadas distancias sociales no facilitan en modo alguno la comunicación interpersonal. Por eso, para saltarse las disposiciones, qué mejor que negar las razones que las justifican. Se niega el peligro y a continuación se infringen las normas. Hasta ahora estas actitudes insolidarias han sido excepciones, denunciadas inmediatamente por los medios de comunicación y condenadas por la mayoría de la opinión pública, pero no me sorprendería que a partir de ahora se convirtieran en algo general. Azuzadores del incumplimiento no van a faltar. Son muchos los indicios que apuntan en esa dirección.
Que nadie se engañe, porque el coronavirus está entre nosotros. Se ha conseguido contener y reducir su expansión a base de grandes sacrificios, pero no su eliminación. De manera que para convivir con él hasta que se disponga de la vacuna y de los fármacos adecuados, para no volver a la triste situación que sufrimos hace pocas semanas, no queda otra alternativa que continuar siendo cautelosos y, en consecuencia, cumplir las normas que se nos marquen, digan lo que digan los "coronanegacionistas", argumenten lo que argumenten aquellos que han convertido la pandemia en un arma política.
Simplificando podemos decir que el impacto del Coronavirus se manifiesta en dos aspectos: el sanitario y el económico. Nadie debería dudar de la importancia de la amenaza del Coronavirus y todo esfuerzo será poco en concienciar a la población de lo mucho que pueden hacer para limitar la expansión de la enfermedad: las distancias, las mascarillas o la reducción razonable de desplazamientos. Debemos creer en el civismo y ejercerlo al máximo. En teoría, en un mundo irreal supercívico, no haría falta el confinamiento impuesto. Pero no estamos en ese mundo y hubo que imponer el confinamiento y el Estado de Alarma. Se limitó el daño sanitario pero al precio de enviar al paro a muchas, muchas personas.
ResponderEliminarAhora bien ¿por cuánto tiempo la imposición del Estado de Alarma y de algunas de las medidas? Es cierto que alargándolos se evitará la pérdida de algunas vidas, ya probablemente pocas. Pero la situación económica de muchas personas se hará insufrible y eso dará lugar también a muchas muertes aunque no se las relacione con el Coronavirus. Lo que pasa es que muchos de los que comparten en alguna medida lo que digo no están tan interesados en la economía de las personas como en sus propios privilegios sociales o políticos. Si negar el voto para la ampliación del Estado de Alarma se basase en la preocupación por la economía, se trataría de una posición respetable, pero si lo que se busca es el desgaste del Gobierno, no.
Gracias Alfredo por tu comentario. Los estados de alarma tienen ya fecha de caducidad. Pero hasta ahora, cuando ya la pandemia parece contenida, aunque no extinguida, no había otra manera de controlar legalmente los movimientos de los ciudadanos. Y sin normalidad sanitaria no hay economía que progrese. Eso algunos parecen haberlo obviado, con el único propósito de desgastar al gobierno. Por cierto, es curiosos observar como ahora, cuando se han visto arder las barbas del vecino, algunos de los que antes tenían prisas por volver a la normalidad, ahora se atan los machos antes de solicitar pasar a una nueva fase. Algo han aprendido.
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