Me llamó el otro día la atención la que lucía un obispo o arzobispo en plena ceremonia litúrgica, con una flamante cruz de Santiago estampada sobre el lado izquierdo, signo claro y evidente de su condición de prelado compostelano. Supongo que en cada circunscripción religiosas el detalle ornamental será distinto, vírgenes del Pilar, de la Macarena o del Rosario, alguna que otra representación del santoral, como las llagas de san Francisco de Asís, el niño de san Antonio de Padua o el perro de san Roque, porque la simbología que usa este colectivo es muy amplia y hay un gran surtido donde elegir.
No se quedan atrás los patriotas de toda clase y condición, aunque en este caso se limiten a usar casi exclusivamente la bandera nacional, de distinto tamaño, eso sí, seguramente en consonancia con su ardor patriótico. El máximo exponente de esta categoría lo vi el otro día en una manifestación reivindicativa de no sé qué, puede que de las correrías del Cid Campeador por las estepas castellanas o de la espada de Santiago Matamoros en alguna batalla de la Reconquista, donde los colores nacionales cubrían la totalidad de la mascarilla. Me fijé en si las gomas sujetadoras guardaban armonía con el conjunto, pero mi vista, cada vez más cansada por tantas cosas vistas, no pudo apreciar el detalle.
Hasta las “mises”y los “mister” exhiben en los desfiles de sus respectivos concursos de belleza cierta originalidad estética en las mascarillas, porque ser guapo oficial no protege de la infección. Ellas con un difuso floreado azul y ellos, más discretos, con rayado grisáceo o, quizá, con un moteado de baja intensidad, siempre a tono con el glamur que muestran en la pasarela. Supongo que este año para triunfar en estos reñidos certámenes sólo será preciso tener los ojos bonitos, las pestañas largas y la mirada penetrante, careciendo de importancia el trazado de la boca, el tamaño de la nariz o el óvalo de la cara, a no ser que haya un jurado oculto que, fuera de los focos, examine las restantes facciones, eso sí guardando las distancias de seguridad requeridas.
Los pijos también tienen dónde elegir, porque la variedad de la oferta permite escoger la que quieran, siempre de acuerdo con el resto del atuendo, sea éste de invierno o primavera, de verano o de otoño, de mañana, tarde o noche. Supongo que Ágata Ruiz de la Prada estará haciendo su agosto, porque en tan exigua prenda cabe toda la colorida variedad de sus diseños. Parece ser que ahora en los armarios de los elegantes, además de corbatero y zapatero, se instalan “mascarilleros”, una barra larga con enganches para colgar la colección completa. Y si no, ahí queda la idea.
Los militares, siempre sobrios en sus usanzas, obligados a la uniformidad propia del mundo castrense, habrán tenido que reglamentar el tamaño y el color de las mascarillas. Siendo como son tan detallistas, supongo que entre las de obligado uso estarán las variedades de etiqueta, de gala, de semigala, de diario y de combate, esta última por supuesto camuflada. Aunque también es posible que con el tiempo incluyan en la mascarilla los distintivos del rango, sean éstos estrellas o galones, y el emblema del cuerpo al que pertenecen.
Y paro aquí, porque ya está bien por hoy de desvaríos veraniegos. Aunque, pensándolo bien, en muchos casos no se trata de desvaríos sino de palpables realidades. Para comprobarlo, no hay más que echarle un vistazo a la foto que acompaña a este artículo, extraída de un catálogo comercial.