Tuve un profesor en la universidad que repetía en clase con alguna frecuencia que no era lo mismo la aptitud para el estudio que la actitud para enfrentarse con el esfuerzo que requiere estudiar. Cada vez que lo decía, añadía una coletilla que llegó a hacerse muy conocida entre sus alumnos: aptitud con p y actitud con c. Nunca supe si aquella aclaración provenía del temor a que su dificultosa pronunciación nos confundiera o a que sospechara que nuestro oído no disponía de la sensibilidad necesaria para captar la sutil diferencia fonética. Pero lo cierto es que si ahora me acuerdo de aquel ilustre catedrático no es por su reconocida calidad pedagógica -fue una eminencia en Termodinámica-, sino por su insistencia en diferenciar ambos conceptos.
Me he acordado muchas veces de aquellas aclaraciones de mi profesor. Uno se encuentra a menudo con personas que, siendo muy aptas para desarrollar determinados cometidos, carecen por completo de la disposición de ánimo necesaria para alcanzar las metas que se proponen. También lo contrario, aquellos que se entregan en cuerpo y alma por alcanzar un objetivo, pero su capacidad intelectual les pone trabas. Si alguien me preguntara qué es peor, no sabría contestarle. Supongo que, como sucede en general en la vida, una dosis equilibrada de los dos ingredientes produce mejores resultados que el exceso de uno y la escasez del otro.
La política es un buen escenario para observar el fenómeno de las actitudes y de las aptitudes. Los políticos luchan con denuedo por abrirse paso entre la maraña de dificultades de todo tipo que se oponen a sus intentos de colocarse en una buena posición dentro de sus partidos. Sólo los muy fuertes, los tenaces, los insistentes logran situarse en las ejecutivas. En esta etapa, no necesitan disponer de una buena aptitud, sino que les basta con mantener una actitud tenaz, beligerante y batalladora. Son los más sólidos dentro de su grupo y con su fortaleza tienen suficiente para posicionarse bien en la "pole position".
Lo malo empieza cuando, alcanzado el reconocimiento de los suyos, entran en liza con sus adversarios. En ese momento es cuando tienen que poner a prueba su capacidad, su aptitud. Si ésta es buena, o al menos aceptable, seguirán haciendo carrera política. Si resultara mala, como ya están encumbrados en el partido gracias a su actitud y a su entrega, no será fácil que sus compañeros lo desplacen por inepto. Se iniciará un movimiento de lucha interna y, teniendo en cuenta que disponen de fuerza y de tesón, el proceso de depuración se hará muy largo. De hecho, muchos de ellos lograrán llegar a las elecciones como cabeza de lista de su formación política, sin que les asista ningún valor intelectual.
A partir de ese momento, si pierde las elecciones los suyos lo quitarán de en medio y si gana entrará en el complejo teatro de la política de verdad. En ésta no basta con disponer de una buena actitud, porque si no se posee al mismo tiempo una buena capacidad política, una aptitud adecuada, las urnas no tardarán en dejarlo fuera de juego. Pero hasta entonces batallará a brazo partido, inasequible al desaliento, gritando y gesticulando, aunque convenza a muy pocos.
Me había propuesto dejar esta
reflexión en una mera elucubración teórica y no entrar en el terreno de lo concreto.
Pero es que acabo de oír a Isabel Diaz Ayuso, la ínclita presidenta de la Comunidad
Autónoma de Madrid, insistir en que nadie, ni siquiera los servicios de meteorología, esperaba la cantidad de nieve que
ha caído sobre la ciudad y por eso su administración no había
puesto en marcha el dispositivo de protección civil necesario ante una
contingencia como ésta. Su actitud -con c-, beligerante, combativa y belicosa, la
impulsa a sostener la teoría de la sorpresa. Pero su aptitud -con p- no
le advierte de que tamaña aseveración desprecia la inteligencia de tantos y
tantos que llevábamos esperando la nevada desde muchos días atrás, temiéndonos
lo peor. Y no es que fuéramos demasiado listos, sino que las agencias nos lo avisaban todos los días, a bombo y platillo, por activa y por pasiva.
Hay que ver a lo que me llevan a veces los recuerdos de juventud.
Me pregunto si en la ínclita Presidenta prevalece su escasa aptitud o su agresiva actitud habitual y su falta de estilo. Lo menos criticable es su gestión de la nevada, que ha sido descomunal. Aún con todos los medios, no se hubieran podido evitar la mayor parte de las consecuncias. Pero no sorprenden las críticas: “al que a hierro mata ...”
ResponderEliminarDejémoslo en empate. Ni buena aptitud ni gran actitud. Ni apta ni dispuesta.
ResponderEliminarAyuso, no sé si tiene aptitud o actitud, lo que si tiene es bastante soberbia. Quizás también sea necesario para ser un político!
ResponderEliminarUn saludo
Conchi
De acuerdo. Mantiene una actitud de soberbia, lo que significa que se comporta con sentimiento de superioridad y trato despreciativo hacia sus adversarios.
ResponderEliminar