Nos hemos acostumbrado a oír tantas estupideces en los políticos de turno, que mucho me temo que estemos en riesgo de acostumbrarnos a ellas y por tanto de convertirnos en unos majaderos más. Digo estupideces, para referirme a sinsentidos, a mentiras burdas y a argumentaciones tan carentes de lógica que oírlas estremece. Cuando se les oye hablar, parece que estuvieran actuando en el Club de la Comedia, un programa televisivo que he visto en alguna ocasión, en el cual unos profesionales del humor se dedican, uno detrás de otro, a soltar parida tras parida, hasta conseguir que al menos te sonrías. Son artistas que se esfuerzan en provocar hilaridad, objetivo que algunos consiguen con más éxito que otros.
En política está pasando un poco lo mismo. En este caso se trata de individuos elegidos por la ciudadanía para que la represente y defienda sus intereses, unas veces gobernando, y por tanto promulgando leyes, y otras en la oposición con el cometido de que, mediante la crítica constructiva, el gobierno no se salga de los cauces que ellos consideran prudentes. Pero la realidad es completamente distinta. Lo que debería ser un intercambio de argumentaciones a favor o en contra de las iniciativas, se convierte en un rifirrafe a veces o en una pelea arrabalera casi siempre. De tal manera que quien los oye se queda a dos velas del tema que se discute y, sin embargo, se empapa con los insultos y con las descalificaciones a las que sus probos representantes son capaces de llegar.
Los estilos de Adolfo Suarez, de Manuel Fraga, de Felipe Gonzales o de Santiago Carillo -sólo son ejemplos- nada tenían que ver con los que hoy se prodigan. Combatían con las armas de la dialéctica y no solían sobrepasar los límites de la educación exigida. Sabían que un pueblo entero se estaba educando en Democracia y que con sus palabras contribuían, no sólo a defender sus ideas, sobre todo a consolidar un sistema que se nos había negado durante decenios. Eran estadistas.
Los de ahora espantan, unos por su ignorancia, otros por su desfachatez y la mayoría por su absoluta falta de visión de lo que significa la Política, con mayúscula. Son cortoplacistas, inciden en los detalles triviales, se reprochan nimiedades y utilizan un lenguaje de niños de primaria. Contigo no me “ajunto”, y tú más, se lo voy a contar a la "seño". No saben argumentar, por mucho desparpajo que pretendan demostrar. Algunos presumen de buenos oradores, cuando el único valor que tienen es hilar palabras con fluidez, pero sin contenido. Otros de ocurrentes, basándose en que son capaces de soltar barbaridades más abultadas que las del rival. Y todos de poseer una aureola de prócer, porque piensan que si están ahí por algo será.
Me había propuesto no entrar en el terreno de lo concreto, pero no puedo resistirme a recordar el espectáculo bochornoso que dieron el otro día el alcalde de la ciudad de Madrid y la Delegada del Gobierno en ésta comunidad, cuando comparecieron para dar cuenta del acuerdo que habían alcanzado sobre las medidas de seguridad durante la fiestas de San Isidro. Empezaron manifestando a bombo y platillo, con tono solemne y engolado, adornando sus discursos de benevolencia y magnanimidad, que se habían puesto de acuerdo en todo; y acabaron acusándose mutuamente de ser los culpables de las altas cifras de contagio de coronavirus que se registran en Madrid. Un espectáculo tan digno del Club de la Comedia, que al final reconocieron estar comportándose como el dúo Pimpinela. Si no fuera porque el asunto que trataban es muy serio y preocupante y porque los protagonistas son dos representantes del actual estamento político español, es muy posible que yo me hubiera reído como cuando de pequeño lo hacía al oír a Gila contar lo de las bromas de su pueblo o cuando mucho más tarde contemplé aquello de las empanadillas de Móstoles o a Coll traduciendo del francés la explicaciones de Tip. A carcajadas, hasta llorar.
Siempre nos acordaremos de Gila y de Tip y Coll. Con respecto a los políticos, cuando no se tienen argumentos con que rebatir las leyes o decretos de un gobierno,o cuando los argumentos que podrías esgrimir sabes que no contentarían al pueblo, lo que te queda son insultos, discurso hueco. Y eso se nota (el que lo quiera notar).
ResponderEliminar¡Qué humoristas teníamos entonces y qué políticos tenemos ahora! Como tú dices, la calidad de estos la nota el que la quiera notar. A muchos les encanta la ignorancia mezclada con la osadía.
EliminarSi, es verdad, los españoles tenemos un grave problema: la calidad de nuestros políticos. Eso tiene pocas probabilidades de cambiar a corto plazo. Pero, si pudiésemos reconducir al menos la faceta del comportamiento formal, algo habríamos ganado y creo que eso no sería tan difícil. Bastaría con un pacto público y solemne de los principales líderes con un compromiso de buenas formas.
ResponderEliminarAlfredo
Querido Alfredo, pides lo imposible. Si no son capaces de renovar el órgano de gobierno de los jueces, cómo lo van a ser de alcanzar un compromiso de buenas formas. Tendrían que volver a cursar los másteres que con tanta brillantez aprobaron. Estoy de acuerdo contigo en que parezca fácil mejorar las formas, pero a ellos, profesionales de la discordia y de la grosería, les debe de resultar imposible.
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