7 de mayo de 2021

Manías y supersticiones

Empiezo a inquietarme, porque lo que hasta hace poco eran en mi comportamiento costumbres saludables y hábitos ordenados se están convirtiendo en preocupaciones caprichosas y a veces extravagantes, es decir, en manías. Manías veniales, todo hay que decirlo para evitar malos entendidos, pero al fin y al cabo manías. No es que hayan aparecido de repente, porque alguna siempre tuve, como la de colocar en la mesa el pan con el dorso hacia arriba, sin enseñar el reverso. Nunca he soportado contemplarlo en la panera o junto a los platos mostrando su lado impúdico, como hacen las cucarachas muertas.

Pero no es ésta la única manía que padezco. No soporto las arrugas en el mantel, de manera que, como me encargo de poner la mesa todos los días, dedico un buen tiempo a pasar la mano una y otra vez sobre la tela, hasta lograr que desaparezca el pliegue más insignificante.  Una vez me preguntó uno de mis nietos, con un marcado gesto de preocupación en la cara, “abuelo: ¿por qué haces eso?”; y le contesté que lo hacía para evitar que los vasos tropezaran y se derramara el agua. Una mentira piadosa, porque, aunque no se debe mentir nunca a las criaturas, tampoco conviene alarmarlas con los desequilibrios psíquicos de los adultos.  Si le hubiera dicho la verdad, es decir, que no soporto las arrugas en los manteles, posiblemente lo hubiera dejado muy preocupado.

Otra de estas extravagancias, que afortunadamente he abandonado, era la de usar sólo los números pares para graduar el volumen de la televisión. Es decir, no me valían el 19 o el 21, tenía que ser el 20. Afortunadamente esta manía ha ido a menos poco a poco. Primero, amplié la gama a los múltiplos de cinco, de manera que dispusiera de mayor capacidad de elección. Después, cuando empecé a darme cuenta de que todavía me quedaban bastantes posibilidades que no utilizaba, amplié el espectro a aquellos que para mí tuvieran algún significado, a los capicúas, aunque fueran impares (33, 55,...), y a los que por cualquier otra razón me resultaran agradables a la vista. De manera que muy pronto, como en estos últimos capítulos cabían casi todos los inferiores a 100, abandoné la costumbre y me liberé de la inútil servidumbre.

En cualquier caso, quiero que quede claro que de lo que estoy hablando es de manías, no de supersticiones. Superstición, según la RAE, es una creencia contraria a la razón que atribuye una explicación mágica a la generación de los fenómenos, procesos y sus relaciones sin ninguna prueba o evidencia científica. Yo a mis manías no les atribuyo ninguna consecuencia mágica. Simplemente están ahí porque me producen algún tipo de satisfacción. El pan al revés o el mantel arrugado afean la mesa, y a mí me gustan el orden y el equilibrio. En cuanto a lo del volumen, supongo que también algo de ello habría cuando lo practicaba, aunque al final me convenciera de que tan bonito es el 22 como el 37 o  el 89.

Si me he puesto a contar hoy aquí mis tribulaciones con las manías, a confesar alguna de las debilidades de mi espíritu, es porque he llegado al convencimiento de que no soy ni mucho menos el único maniaco que existe. Todos, en mayor o menor medida, vivimos rodados de manías. Cuanto más conozco a una persona, cuanto más trato tengo con ella, más consciente soy de sus manías, de sus extravagancias y de sus caprichos, por mucho que intente disimularlo. Supongo que se trata de una condición humana difícil de superar. Lo que sucede es que la mayoría de los maníacos no son conscientes de serlo, porque han interiorizado sus rarezas de tal manera que las consideran de total normalidad.

En cuanto a las supersticiones, esa es harina de otro costal. Sólo diré que yo no padezco de ninguna.

4 comentarios:

  1. Lo curioso es que, como dice el artículo, muchas manías, lejos de ser propias de cada uno, son compartidas por otros. Estoy convencido de que son muchos los que sentirían incómodos comiendo sobre un mantel con arrugas, o donde la barrita de pan enseñase sus vergüenzas. Debe haber alguna explicación.
    No me gusta publicar como "Anónimo", pero Google no me deja publicarlo como lo hacía antes.
    Alfredo

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    1. Bueno es saber que Anónimo es Alfredo. Espero que ese problema se te arregle pronto, Alfredo.

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  2. Alfredo, me alegra comprobar que sigues ahí. Lo de anónimo me despistaba. Sí, es cierto, algunas manías veniales están muy extendidas.

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  3. Yo no vería ningún problema en justificar mi manía ante un nieto: no soporto las arrugas en los manteles, le diría, igual que no soporto las arrugas en una camisa, o no soporto los zapatos sucios o polvorientos... Son la forma en que nos han educado y las normas sociales que hemos aceptado y asumido para desenvolvernos en la vida. Con ellas vivimos y las acatamos en la medida de lo posible. Yo, que me jubilé hace tres años, uno de los cambios que he notado -para bien- en mi salud psíquica, es no tener que preocuparme tanto de las arrugas en mis camisas ni del polvo de mis zapatos ni de mi pelo un poco quizá ya demasiado largo...

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