Creo que he confesado en este
blog en alguna ocasión que aunque nadie leyera lo que escribo seguiría
escribiendo. Hubo una época en mi vida que tomé la decisión de lanzarme a la
aventura de escribir novelas, algo para lo que no había calibrado el
esfuerzo que supone, sobre todo cuando uno no ha probado con anterioridad su capacidad de inventiva. Después, superado en
cierto modo aquel desafío, que por cierto me produjo muchas satisfacciones, dejé a un lado el intento de continuar por las intrincadas sendas de la ficción y decidí buscar una solución para mis anhelos de
escribir, pero con algo que para mí requiriera menos continuidad y menos horas
frente a la pantalla del ordenador, razón por la que me sumergí en las entrañas de este
blog. Me mudé de la ficción al ensayo.
En cualquier caso, tanto en la etapa de novelista como en la de bloguero escribí y escribo porque necesito dar rienda suelta a la necesidad de, parafraseando a José Martí, soltar los versos del alma. Cuando las ideas fluyen por las entretelas de la mente y no les doy salida escrita, siento una especie de comezón, como si me faltara algo imprescindible. Por el contrario, durante las horas que dedico a martillear el teclado hasta darle forma a una idea, a un pensamiento o a una inquietud, me trasporto a un mundo de sensaciones agradables, entro en una extraña espiral de bienestar. Porque escribir es para mí algo así como modelar el barro de las palabras en el torno de la imaginación, sin otra materia prima que las ideas vagas que navegan entre las neuronas del cerebro.
Para escribir es preciso haber leído antes mucho, sobre todo cuando, como en mi caso, no se dispone de formación literaria académica. La ingeniería que estudié poco tiene que ver con las humanidades, y aquella y no éstas constituye la base de mi formación universitaria. Sin embargo, como, según dicen, poder es querer, sigo escribiendo, aunque me vea obligado a consultar constantemente los consejos de los que de esto saben de verdad, a través de sus recomendaciones escritas. Internet ahora, y los viejos textos literarios siempre, son de una ayuda inimaginable cuando uno se enfrenta con dudas lingüísticas. Pero esa vereda de la consulta de lo correcto, en realidad una forma de aprendizaje, no sólo no es dura de transitar, sino que por el contrario aporta un gran valor añadido.
A mí la lectura, además, me ha contagiado las ganas de escribir. Recuerdo que cuando era muy joven leí una novela de un autor británico -no recuerdo ni el título ni el autor- cuya trama acaecía en torno a las inquietudes de un ilusionado estudiante que pretendía ser escritor, una libro que quizá no gozara de una gran calidad literaria, pero que me entusiasmó por el decidido empeño que ponía el protagonista para abrirse un hueco en el mundo de los escritores. No ansiaba la gloria, sino simplemente vivir como viven ellos. Cuando leía aquello, quería emularlo; pero la vida, con sus inexorables designios, me llevó por otros derroteros, de los que por cierto no tendría ningún derecho a quejarme. Pero, permítaseme soñar, quien sabe cómo hubiera sido mi existencia si hubiera seguido los mandatos de aquel impulso juvenil.
La escritura tiene un poco de botella lanzada al mar por un náufrago con algún tipo de mensaje. El escritor escribe sin estar seguro de quien será el destinatario, pero confía en que alguno habrá. Tampoco conoce la reacción que tendrá el posible lector ante lo que lee, un misterio que en la mayoría de los casos nunca se desentraña. Sin embargo, aunque ni sepa quién será el lector ni qué efecto le causará el escrito, el escritor lanza sus ideas.
Escribir es además un antídoto contra el anquilosamiento mental, contra el aburimiento y contra la depresión. Cuando se escribe, la mente se esfuerza de tal manera en lo que está haciendo, que deja de pensar en todo lo que no sea el objetivo del momento, buscar la palabra más adecuada a la idea que va fluyendo, hilvanar frases inteligibles, dar forma concreta a lo abstracto. Y ese esfuerzo, una auténtica gimnasia mental, deja poco espacio para conjeturas, elucubraciones y peligros inventados.
La escritura protege el espíritu del escritor.
Uno de tus lectores festeja que sigas escribiendo.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario.
EliminarAunque a veces no se me ocurra nada que comentar, te leemos y disfrutamos haciéndolo.
ResponderEliminarGracias, Fernando.
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