22 de diciembre de 2021

La bella y la bestia. La Navidad y el coronavirus

Por estas fechas, suelo dedicar un artículo a felicitar la Navidad a mis amigos. Aunque no me considere una persona religiosa, sí me gustan las tradiciones que fomentan la solidaridad social. Durante estos dias se repiten una y otra vez los mensajes de buena voluntad, palabras que nos recuerdan a todos la necesidad de mejorar los lazos de fraternidad que nos unen y la obligación de apoyar a los más necesitados. Por eso, con independencia de lo que en realidad se conmemora -la llegada del Mesías-, estos días constituyen para muchos, entre ellos yo, un momento de satisfacción personal.

El año pasado -¡qué deprisa pasa el tiempo!- me vi obligado como tantos otros a interrumpir mis costumbres navideñas, aquellas comidas y cenas familiares que desde hace años mantengo con los míos, porque la pandemia no aconsejaba correr riesgos innecesarios. Ahora, que el imperio del coronavirus, reforzado por sus mutantes “omicronianos”, contraataca, vuelvo a encontrarme en la misma situación de sensaciones encontradas de hace un año. Porque, aunque las vacunas hayan llegado, las medidas de protección se hayan convertido en normales entre nosotros y hayamos desarrollado la necesaria cultura de comportamiento social para prevenir los contagios, resulta temerario mantener las tradicionales reuniones familiares como si aquí no pasara nada.

Tiempos mejores vendrán. Ahora toca protegernos del contagio y, de esa manera, proteger también a los que nos rodean. Es difícil prescindir de parrandas y francachelas, de serpentinas y confetis, de brindis y parabienes, de besos y abrazos. Pero cuando el peligro acecha, no caben jolgorios. En la guerra como en la guerra, decían nuestros padres y nuestros abuelos; en la pandemia como en la pandemia, debemos decir nosotros. Dos expresiones, la de ellos y la nuestra, que se traducen en que en situaciones como ésta no caben medias tintas.

Pero la Navidad está ahí y, aunque no podamos permitirnos mantener reuniones familiares, siempre nos quedará la celebración en la intimidad de nuestras casas. Yo ya he montado el árbol de Navidad, colocado los pequeños adornos por todos los rincones de la casa y colgado en el exterior de la puerta de entrada el reclamo de bienvenida del bigotudo Papa Noel, el mismo de todos los años, desde hace 50. Pequeños detalles que me permiten hacerme la ilusión de que todo sigue como siempre.

Un año más está a punto de concluir. Supongo que no soy el único al que el tiempo cada vez se le escapa con mayor celeridad. Tempus fugit, decían los romanos, el tiempo se nos va de las manos. Lo dice también el villancico: la Nochebuena se viene, la Nochebuena se va. Puede que haya quien con esto sufra. Yo no. Mi sentido del optimismo, que procuro que no me abandone en ningún momento, me hace pensar aquello de que me quiten lo “bailao”. Nunca pienso en lo que falta, pero sí con frecuencia en lo pasado. El futuro no existe. El pasado ha dejado de existir, pero para sustituir su presencia está la memoria, una de las endebles capacidades de la inteligencia del hombre. Mientras haya memoria, habrá pasado.

Me doy cuenta de que estoy empezando a filosofar, y, como me temo a mí mismo, voy a dejarlo aquí. Cuando la mente empieza a desvariar, a navegar sin rumbo fijo, lo mejor es pasar a otra cosa. Y en esta ocasión sólo hay un tema que pueda sustituir a los pensamientos filosóficos, la de desear a todos mis amigos, lean o no estas disparatadas ideas, FELIZ NAVIDAD Y MUCHA SUERTE EN 2022.

2 comentarios:

  1. Por mí puedes seguir filosofando, Luis. Feliz Nochebuena para ti y los tuyos. Nosotros la pasaremos también en la intimidad, acompañados únicamente por nuestras gatas, que no es poca compañía. 😀

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