Estamos asistiendo estos días a una más de las pruebas de fuego a las que las circunstancias de la política exterior someten al proyecto europeísta. La locura de Putin, el atroz ataque a Ucrania, un país que aspira a entrar en la UE, ha puesto a prueba una vez más la solidaridad entre los estados de Europa. Sin embargo, en esta ocasión parece que los resortes comunitarios están funcionando, sin duda porque el peligro exterior se manifiesta de manera palpable. Lamentablemente, en situaciones de normalidad las tendencias centrifugas proliferan. Cuando no hay amenazas todo son rosas y las tentaciones de yo me lo guiso yo me lo como salen a relucir.
Estoy convencido de que Putin no había previsto esta reacción, sino todo lo contrario. Enemigo declarado de la integración europea, creía que la desunión, el sálvese quien pueda sería la tónica general que movería a los países europeos; y resulta que su locura está provocando más unión, más solidaridad y más conciencia de la necesidad de actuar todos a una que la que se había visto en los últimos lustros. Lo diré de manera coloquial: le ha salido el tiro por la culata.
Lo que sería lamentable es que, pasado el peligro, acabada la crisis, se volviera a las andadas de los nacionalismos miopes. Las ultraderechas europeas, que nunca han defendido el proyecto europeísta con entusiasmo, porque su nacionalismo les hace mirarse el ombligo y recelar de la pérdida de autonomía, están ahora calladas; y cuando hablan lo hacen para acusar a las democracias de Europa de débiles y condescendientes. Santiago Abascal el otro día en el Congreso navegó entre las aguas de la ambigüedad, quien sabe si porque a algunos no les interesa denunciar al sátrapa de Moscú. En ocasiones, los complejos senderos de la política internacional circulan por paisajes esperpénticos.
Todavía me acuerdo de cuando Rumanía y Bulgaria iniciaron el proceso de integración en la UE, un momento en que las críticas de las ultraderechas aumentaron a niveles insospechados. Les asustaba que unos países con renta per cápita inferior a la media europea entraran en la Unión. Miraban con desdeño a los nuevos socios, temiendo que la libre circulación de personas llenara nuestras calles de mendigos. Ha pasado mucho tiempo desde entonces y ahora nadie en sus cabales se arrepiente del paso que entonces se dio.
Confío en que este nuevo mundo, que sin duda aparecerá tras la guerra de Ucrania -acabe ésta como acabe- nos traiga una Europa más unida, más consciente de que el camino elegido es el único posible y, sobre todo, con más decisión de convertirse en un actor importante sobre el escenario de las decisiones internacionales. No será fácil, porque los enemigos exteriores del proyecto son muchos y con mucha capacidad de influencia, y porque, lo diré una vez más, los nacionalistas irredentos seguirán pensando en sus patrias y no en la supranacionalidad europea.
Sé que soy un optimista, siempre lo he sido, pero abrigo la esperanza de que esta guerra criminal en el corazón de Europa contribuya a fortalecer el proyecto europeo.
Ojalá sea así.
ResponderEliminarLo malo es que no sólo hay enemigos del proyecto europeo dentro de Europa. No creo que a Rusia, USA, o China les guste que surja otra superpotencia.
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