Que a estas alturas del contumaz ataque de Rusia a Ucrania todavía haya quien se oponga a entregar armas a las víctimas para ayudarlos en su lucha contra el invasor, me deja perplejo. Invocar la diplomacia, cuando las bombas están cayendo sobre la población ucraniana, me parece un despropósito o, lo que aún es peor, una ingenuidad. En lo que llevamos de conflicto, ya se han reunido ucranianos y rusos para negociar en varias ocasiones, y ni siquiera durante esos momentos de conversaciones se han suspendido los ataques.
Afortunadamente son muy pocos los que en el arco parlamentario español se muestran en desacuerdo con la decisión del gobierno de sumarse a la corriente general europea de ayudar a Ucrania mediante el envío de armas. Son muy pocos numericamente, pero su desacuerdo resulta discordante. La inmensa mayoría de los españoles está indignada con la actitud de Putin, un sátrapa, como lo han tildado varios líderes políticos, que en su descabellado sueño imperialista no duda en poner a la humanidad en riesgo de guerra nuclear. Ni en los peores tiempos de la Guerra Fría se había visto algo igual.
Yo le aconsejaría a esa izquierda "pacifista" que pensara más en la situación del pueblo ruso, cuya renta per cápita está muy por debajo de la media europea, sólo como consecuencia de que el gasto militar absorbe una parte sustancial del presupuesto de su país, para satisfacer así los sueños imperialistas y antieuropeos de sus mandatarios. Por eso no es de extrañar que países como Ucrania sueñen con integrase en la Unión Europea, porque han comprobado que los estados europeos de su alrededor, antes soviéticos o prosoviéticos y ahora independientes, han mejorado su nivel de vida de manera considerable desde su integración. El sueño de los ucranianos es abandonar la mediocridad en la que los sumió la Unión Soviética y convertirse en un país de primera clase.
Sin embargo, Rusia, o mejor dicho Putin, no está dispuesta a consentirlo. Sabe que el mundo próspero, libre y democrático se está ensanchando y no pueden consentir el agravio comparativo. Por la vía de la democracia, es decir, permitiendo que el pueblo ucraniano decida su destino, no son capaces de evitarlo, de manera que atacan con toda su capacidad ofensiva, destruyendo lo que encuentran a su paso. Es una constante en los distintos imperios que se han sucedido en Rusia, el zarista, el estalinista y ahora el de Putin.
Moldavia, un pequeño país situado entre Ucrania y Rumanía, de sólo dos millones y pico de habitantes, corre el mismo riesgo que Ucrania; y Georgia, cuya población anhela integrarse en Europa y abandonar definitivamente la órbita rusa, está bajo la atenta mirada de Moscú. Finlandia, que mantuvo una larga guerra defensiva contra la Unión Soviética en la primera mitad del siglo XX, ya ha sido amenazada de invasión; y hasta la neutral Suecia ha recibido un aviso. No es un hecho aislado, es toda una estrategia de amenazas al mundo occidental, inaceptable.
En un artículo que publiqué en este blog -Tambores de guerra, 28 de diciembre- antes de que Rusia atacara, escribí: “lo que no tiene sentido es enarbolar ahora la bandera del pacifismo, porque pacifistas somos todos”. Lo decía entonces, cuando todavía existía la posibilidad de llegar a un acuerdo mediante la diplomacia. Ahora, cuando lo inevitable ha llegado, digo: “no a la guerra, sí a la autodefensa”.
Está meridianamente claro que a Putin no se le para con pacifismo, al contrario, le daría alas para invadir todos los países de su alrededor.
ResponderEliminarLamentablemente, así es.
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