Todo empezó porque ella mencionó el pasaje del Nuevo Testamento en el que Jesús camina sobre las aguas del lago Tiberíades sin hundirse. Le dije que suponía que ella no creía que eso hubiera sucedido de verdad y me contestó que por supuesto que lo daba como cierto. Yo añadí entonces que para mí no era más que una superstición, a la que ni siquiera le encontraba intención simbólica, sino tan solo una manera de engrandecer la figura del nazareno en una época en la que este tipo de milagros no se discutían.
Ella, entonces, echó mano del diccionario de la lengua para demostrarme que una superstición es algo que nada tiene que ver con los milagros. Me leyó lo que dice la Academia sobre aquel vocablo: “Creencia que no tiene fundamento racional y que consiste en atribuir carácter mágico o sobrenatural a determinados sucesos”. Creo que fue en ese preciso momento cuando ella cambió de tema, aunque continuáramos tapeando durante un buen rato, porque ya se sabe que lo cortés no quita lo valiente. Una cosa es la metafísica y otra muy distinta la física. La primera se difumina como lo hacen los vapores del éter, la segunda se palpa y tiene color, sabor y olor.
Desde mi respeto a los creyentes, lo que me resulta muy difícil de eludir es el debate sobre los aspectos artificiales que adornan las creencias con mucha frecuencia, mitos, historias increíbles, milagros, fábulas, ficciones o cuentos, que suele ser adornos con los que los apologetas, profetas y predicadores de cualquier religión pretenden ensalzar las figuras de sus santos y deidades. A mí siempre me ha dado la sensación de que estos añadidos o aditamentos en los textos religiosos o en la tradición oral sólo persiguen engrandecer mediante el relato de hechos sobrenaturales la figura que se trate de resaltar, algo que va por lo general contra la propia esencia de la doctrina.
Siempre he sostenido que las jerarquías religiosas deberían salir al paso de estos estrambóticos pasajes y explicar a sus fieles que son producto de otras épocas, cuando la falta de formación recomendaba a los divulgadores de las doctrinas utilizar retóricas asequibles, situaciones llamativas y reclamos que impactaran en unas mentes muy alejadas del conocimiento científico. Deberían advertir a sus feligreses que toda esa parafernalia milagrera es producto de otros tiempos. Es posible que así las doctrinas religiosas, despojadas de tanta maravilla y prodigio, y centradas en los mensajes fundamentales, tuvieran más aceptación o, por lo menos, no provocara tantos rechazos.
Quizá ahora, cuando hasta la existencia del infierno -nada más y nada menos que la condenación eterna por los pecados cometidos durante nuestra breve existencia- está en revisión, sea el momento de despojar a las religiones de innecesarios efectos especiales.
Aunque doctores tienen las iglesia, las de acá y las de acullá.
Desde que Justiniano decretara que el nacimiento de Cristo coincidiera con la fiesta romana de sol Invictus o decidiera qué evangelios serían los reales y cuáles los fantasiosos... Yo ya no me creo nada.
ResponderEliminarEn mi artículo no entro a discutir las creencias de los demás, sino a señalar que los hechos sobrenaturales enmascaran muchas veces los mensajes fundamentales de las religiones. No sé que relación puede haber entre el episodio evangélico del lago Tiberíades y el cristianismo en su origen.
EliminarLuis, una pregunta para tu amiga que cree en los milagros:
ResponderEliminar¿estos suceden solo en su “religión verdadera” o también en otras que no lo son?
Es el caso de los monjes budistas voladores birmanos (de los que hay hasta fotografías) y el de los personajes bíblicos como el profeta Elías, la Virgen María o el mismo Jesucristo.
¿Cuáles son milagros y cuáles supersticiones?
Por si acaso busco la palabra “milagro” en el DRAE: “Hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino”.
Me temo que necesitarás más “las charlas con vino, jamón y queso”.
Angel
PS
El ejemplo del lago Tiberiades me ha hecho recordar el viejo chiste infantil: uno de los apóstoles (seguramente de poca fe) siguiendo al Maestro se hunde y cuando pide ayuda le contesta otro: “¡Haz como todos y pisa por la piedras!”.
Ángel, cuando vea a mi amiga se lo preguntaré. Aunque mucho me temo que de estos asuntos no volveremos a hablar.
EliminarYo siempre intento ser respetuoso con las creencias de las personas, no sólo de la religión católica sino de todas.
ResponderEliminarRecuerdo una vez, de muy joven, era la época de las rebeliones juveniles, que me encontraba yo con una amiga y los padres de esta amiga. El padre era muy cristiano y yo critiqué el milagro de la boda de Caná de Galilea, diciendo que en realidad el milagro ocurrió porque los invitados estaban borrachos y Jesús aprovechó para mezclar agua con el vino de las tinajas, con lo cual aquel brebaje les pareció a los comensales de lo más exquisito, después de tanto vino que llevaban ingerido.
El padre de la amiga me contestó, de modo muy rotundo:
-No, Fernando, Jesucristo convirtió el agua en vino, fue un milagro -a lo que mi amiga, para salvarme un poco, pues me sintió algo turbado, dijo:
-¡Qué tontería, papá! -a lo que su madre, para poner paz en la situación, de cierta tensión, dijo:
-Hija, en algo hay que creer.
Me gustó esa contestación y la forma tranquila que tuvo la señora de poner paz en la reunión, y desde entonces no he vuelto a criticar a nadie sus creencias, porque los presuntos milagros, al fin y al cabo, forman parte del acervo cultural de un país.
Fernando, yo también procuro ser respetuoso con las creencias de los demás, de la misma manera que espero que se respete mi agnosticismo.
EliminarPor otro lado, yo también creo en algo: en el progreso de la Ciencia y el Conocimiento.