5 de enero de 2023

Pachi, ¿estamos a por setas o a por Rolex?

 

He sacado este título de un viejo chiste vasco, en el que dos aficionados a buscar setas en el monte se plantean un dilema, si continuar con lo que habían ido a hacer u olvidarse de su propósito inicial y coger un valioso reloj que uno de ellos ha encontrado entre la maleza. Es un chiste, como digo, pero bien podría ser una parábola. Lo traigo hoy aquí porque me sirve de introducción al tema que quiero tratar, el de no poner el foco en lo anecdótico o marginal y, como consecuencia, hablar de lo importante. Porque llevamos un tiempo asistiendo a unos debates políticos en los que parece que algunos se han olvidado de cuál es el propósito fundamental de los programas que está desarrollando este gobierno progresista.

En el llamado conflicto catalán, la pregunta que hay que hacerse es: ¿qué es lo que de verdad importa? Cuando algunos discuten este tema, parece que lo que menos les preocupe es que los catalanes abandonen las veleidades secesionistas y se encuentren a gusto formando parte del estado español. En vez de poner los medios para procurar una convivencia amable, solidaria y sin resquemores, fomentan la desunión, porque son incapaces de reconocer que en el fondo del problema lo que existe es una secular desconfianza entre unos y otros. El problema no ha nacido hoy, sino que lo venimos arrastrando desde que el centralismo borbónico dejó de reconocer mediante los Decretos de Nueva Planta las instituciones catalanas, que no eran artificiales sino consecuencia de la Historia. Aquello abrió una herida que nunca se ha cerrado del todo, lo que propicia que ciertos irresponsables la utilicen para remar a favor de quimeras separatistas, en unos tiempos en los que prima la unión sobre la separación, y que otros, no menos irresponsables, la manejen a favor de sus intereses partidistas.

Hay algunos a los que no les preocupa acabar con la desconfianza, sino que prefieren imponer la autoridad central en vez de convencer. Les da lo mismo que los catalanes acepten o no que forman parte de España, sino que lo único que está en sus mentes es borrar las diferencias, porque creen que de esa manera se acabaría el problema secesionista. Os guste o no, dicen, aquí todos somos españoles. ¿Qué es eso de defender vuestro idioma? Dejaos de pamplinas y hablad como los demás.

Por eso es difícil que algunos entiendan que las mesas de diálogo o que las modificaciones del código penal para equipararlo a los de nuestro entorno son políticas que intentan recomponer platos rotos, acabar con la desconfianza y construir un modelo de convivencia en el que, sin renunciar a las diferencias de carácter cultural, se abandone el soberanismo. Por supuesto que siempre habrá quien se mantenga en sus trece y continúe con la matraca. Pero si con políticas de acercamiento se consiguiera que una inmensa mayoría abandonara por convencimiento la tendencia separatista, se habría logrado el objetivo, no el de mantenerlos unidos a España, sino el de que quieran mantenerse unidos.

Lo que sucede es que algunos prefieren seguir con el actual nivel de confrontación, porque políticamente les interesa. Se trata de mantener viva una situación que une a muchos contra un supuesto enemigo común, aunque sepan que así nunca lograrán acabar con el problema. Creen que de esa manera salen beneficiados en las urnas, que es lo único que de verdad les interesa. El que todos los territorios de España permanezcan unidos lo dan por hecho, y no les importa que sea o no por convencimiento. Por tanto, no entienden que ahora se intente arreglar la situación por la vía del diálogo.

El actual gobierno está en el empeño de cambiar el rumbo del secesionismo catalán. Sabe perfectamente que las medidas que está tomando no van a ser entendidas por algunos, pero se mantiene firme en sus políticas de acercamiento. Eso lo percibe una gran parte de la ciudadanía catalana y no catalana como positivo, algo que la oposición no está dispuesta a permitir. De ahí que hayan incluido este asunto en su política de acoso y derribo, en su estrategia electoral.

Por eso hay que recordarles de vez en vez que ahora el gobierno está a por setas y no a por Rolex.

2 comentarios:

  1. Los sistemas democráticos que funcionan no son los de democracias directas, sino los que integran las instituciones, que dan cierta estabilidad en un estado. Por eso todos tienen una constitución que, aprobada por fuertes mayorías, son solo modificables por procedimientos relativamente disuasorios. España no es una excepción.
    Siempre habrá grupos oligárquicos que prefieran romper un estado para ser los dueños de la parte desgajada. La Historia da muchos ejemplos. Esos grupos juegan con ventaja, porque lo de decir “nosotros somos mejores que los vecinos” vende bien. Además, ya se sabe, que mantener algo unido es difícil y destruirlo suele ser mas fácil. Por eso los sistemas políticos de los países que nos rodean castigan duramente cualquier intento de ruptura del consenso constitucional, en particular cuando se refiere a la unidad del estado. Recordemos que los estados importantes se han formado a menudo a través de guerras de un poder real contra algunos nobles que no querían perder su poder incontrolado y personal sobre sus territorios.
    España es un estado relativamente grande y eso le da ciertas ventajas, en concreto en la UE. Es algo que hay que defender y que algunos países envidian.
    Hay que tener cuidado cuando se va a buscar setas, porque algunas son venenosas y matan. El Rolex, aunque fuese falso, algo valdría.

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    1. Alfredo, muy interesante y didáctico tu comentario. Lo que sucede es que no encuentro ninguna relación con lo que digo en el artículo. Claro que los estados tienen que defender su integridad y por supuesto que hay que respetar las constituciones. Pero para conseguirlo hay que entender dónde está el problema y para entenderlo hay que dialogar y tratar de eliminar las desconfianzas. Sin embargo, existe un sector conservador que fomenta la intoerancia, porque cree que le conviene electoralmente.
      En cuanto a las oligarquías, ojalá el problema se circunscribiera a ellas. Lo preocupante no son las élites sino el sentir popular. Créeme si te digo que conozco muy bien Cataluña.
      En cuanto a los Rolex falsos, a mí no me han gustado nunca, ni en relojería ni en política, dicho sea sin acritud y con desenfado.

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