En septiembre de 2019 celebramos una primera comida, a la que acudimos seis de nosotros. Fue, como es fácil de imaginar, un encuentro muy agradable y por supuesto emotivo. Ese día se reforzó entre nosotros la intención de que, a partir de ese grupo, fuéramos creciendo. Ni siquiera la pandemia, que paralizó al mundo entero, fue capaz de frenar nuestras intenciones. Dejamos pasar el año 2020, y a finales del 2021 nos reunimos catorce compañeros, algunos, por cierto, con residencia fuera de Madrid. Aquello empezaba a funcionar.
Pues bien, hace unos días celebramos un nuevo encuentro, ya el sexto, esta vez con dieciocho asistentes. Cuatro, que ya habían acudido a alguna de las anteriores, excusaron su asistencia por distintas razones, dato que doy para demostrar que de aquella quimérica intención de dos ilusos hemos llegado ya a una bonita cifra. Pero, como dicen los contables, suma y sigue.
La verdad es que estas reuniones son verdaderamente satisfactorias, aunque no sea más que porque durante unas horas un grupo de personas, cuyas vidas se han desarrollado por senderos muy distintos, comparten recuerdos, anécdotas y chascarrillos, en una especie de intento de recuperar el pasado, aunque sólo sea con la imaginación. Pero, además, porque al cabo de los años descubrimos que recordamos el colegio con verdadero afecto, con simpatía y hasta con admiración. Puede que se trate de una evocación distorsionada por el paso del tiempo, pero aun así entrañable.
No hace falta que diga que los que allí nos reunimos rondamos los ochenta, una edad que nos ha cambiado a todos, que nos ha llevado por caminos de pensamiento muy distintos. Eso se nota en las conversaciones, porque algunos, llevado por el cándido convencimiento de que todos pensamos igual, intentan sondear las ideas de los demás. Yo en este asunto me encapsulo, cierro las compuertas y tiro balones fuera. No quiero bajo ningún pretexto que las diferencias ideológicas rompan el encanto del momento.
Un auténtico privilegio éste de reunirse con viejos condiscípulos, un verdadero deleite, porque, entre otras cosas, estas reuniones se convierten en un laboratorio de experiencias intelectuales, ya que, no puedo dejar de decirlo, formamos un colectivo con un buen bagaje cultural. Estoy seguro de que nuestro querido colegio Calasancio algo tendrá que ver con ello.