Como la pregunta me cogió por sorpresa, improvisé una respuesta: porque me gusta dar salida a las ideas, ya que de otra manera se perderían entre las neuronas, se olvidarían y no servirían para otra cosa que para mantener la mente ocupada durante un breve periodo de tiempo. Posiblemente esta contestación no fuera tan improvisada como he dicho, sino que me saliera en forma de palabras una idea almacenada en mi subconsciente desde hace tiempo.
Porque es verdad que escribo para plasmar ideas. Es un ejercicio que me permite ordenarlas, estructurarlas, analizarlas y, sobre todo, no dejarlas en el olvido. Si además alguien lee lo que escribo, miel sobre hojuelas, porque no voy a caer yo en la hipocresía de decir que me importa un bledo que se lea o no se lea lo que se me ocurre. Por supuesto que me satisface y alegra, entre otras cosas porque me permite compartir lo que pasa por mi cabeza con otros, algo que me produce la impresión, no sé si errónea, de que para algo sirven.
En cualquier caso, lo que sí tengo claro es que se trata de un entretenimiento -algunos lo llaman hobby- del que me costaría mucho prescindir. Sé muy bien que llegará el momento de dejarlo, porque la lucidez tiene fecha de caducidad. Las ideas se secan, el cerebro se mete en círculos viciosos y, si no hay de qué escribir, apaga y vámonos. Pero, mientras tanto, sentarme durante un par de horas al día delante de la pantalla de mi portátil, consultar conceptos, teclear palabras, hilar frases, corregir, rectificar y cuidar el estilo me produce la sensación de que sigo en activo, inmerso en la dinámica del mundo. Ya sé que se trata de una falsa ilusión, pero la creo con tanta firmeza que para mí es como si fuera real.
Todos los días me pregunto cuando dejaré el empeño y también todos los días me contesto que todavía sigo pensando. Dicen que una de las manifestaciones de la sabiduría humana consiste en saber retirarse a tiempo, algo que muy pocos hacen en casi ninguna actividad. La persistencia más allá del límite razonable es patética y ridícula, lo sé. Por eso miro todos los días las estadísticas de entradas al blog -mi modesto índice de audiencia-, por si viera que de repente la cifra se desploma.
Ese día daré la cara y me despediré, aunque sea con tristeza.
Yo creo que, aparte del conveniente ejercicio intelectual, escribes porque te gusta exhibir tus ideas, tus gustos y tus impresiones. Además te gusta invitar a los lectores a dar sus opiniones sobre tus escritos, ya sea para compartirlos, ya para objetarlos. Y ¿por qué no? También te impulsa a escribir una saludable gota de vanidad; no todo el mundo es capaz de escribir bien.
ResponderEliminarGracias, Alfredo. Por todo lo que dices, incluso por lo de la vanidad. ¿Qué sería de nosotros si no tuviéramos esa gota de jactancia?
EliminarPamplinas, desde luego que no, El afán de comunicar es consustancial al ser humano, y cada uno tratamos de comunicarnos de la forma que mejor sabemos hacerlo: algunos hablando, otros, los menos, escribiendo.
ResponderEliminarCreo que las ilusiones no son falsas. Pueden ser poco probables las expectativas; pero las ilusiones, como llegan, se van, pero siempre son verdaderas, y son las que nos hacen movernos. De joven mi ilusión era explorar las selvas de la Amazonia y recorrer las playas donde probablemente naufragaron los padres de Tarźan. Como, a lo largo de mi vida, no pude llevar a la práctica esa ilusión, ésta fue menguando hasta desaparecer y ser sustituída por otras ilusiones: la de escribir, como la de viajar por nuestros entornos más cercanos, son ilusiones sencillas del día a día que nos procuran salud y felicidad, que, al fin y al cabo, son la pequeña ilusión de cada día.
Esperemos que ese día de la despedida sea tarde, muy tarde.
Y para terminar, una frase de uno de nuestros más memorables maestros: Ortega y Gasset, que escribió un día: Las ideas se tienen, en las creencias se está.
Buena reflexión sobre las ilusiones y muy buena cita de Ortega, porque no es lo mismo ser que estar. Yo procuro tener ideas y no estar en ninguna creencia, porque creer es dar por bueno lo que no se puede demostrar.
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