Sé muy bien que los ciudadanos, al menos muchos de
ellos, habrán tomado partido a favor o en contra de las partes que gritan en el
parlamento e insultan en los medios de comunicación, y que por consiguiente,
en algún momento de su vida, cuando surja una disputa o una simple discusión, manifestarán su descontento o su fervor. Pero ese contagio de la verborrea
política se quedará ahí, en unas cuantas diatribas y en quizá unas pocas
descalificaciones. Sin embargo, y a pesar del tufo que emana de la clase
política, seguirán viviendo sus vidas totalmente ajenos al teatrillo que se
interpreta en las instituciones, porque en realidad saben muy bien que no es más que postureo.
Yo siempre he considerado que la inercia social es tan
fuerte, que a veces parece que el comportamiento ciudadano nada tenga que ver
con lo que se dice y hace en las esferas políticas. Pero como también creo en
que esa inercia responde en cada momento a lo que vayan marcando las
disposiciones oficiales, es decir las leyes que propone el gobierno y que se se aprueban en el parlamento, me llama la atención la divergencia entre el insoportable ruido en los estamentos oficiales y la
serenidad de la ciudadanía. Supongo que significa que, a pesar del ruido, de los ultrajes y de las mentiras, el ciudadano debe de estar de acuerdo con los resultados de la gobernanza e ignora las patrañas.
Puede ser que lo que suceda es que se haya perdido la
confianza en los políticos y el ciudadano piense aquello de tú a lo tuyo, a tus
gritos, y yo a lo mío, a seguir viviendo sin tenerte en cuenta. Por eso cada
vez se oyen más voces que se quejan de este ambiente, que afean la conducta de
nuestros políticos y que piden que cese la traca y la matraca. Pero son
peticiones totalmente estériles, porque el problema está en la falta de
categoría intelectual de esos líderes que suplen su debilidad dialéctica y
discursiva con gritos, con descalificaciones y con infundios. Si el ciudadano
oyera debates sobre lo que de verdad le interesa, quizá prestara atención.
Pero para oír mediocres sainetes y vulgares vodeviles no tiene tiempo.
Como además no contamos con una clase intelectual
a la altura de las circunstancias, sino sólo con falsos pensadores que se han subido al carro de las
maledicencias, los vocingleros seguirán gritando, los difamadores mintiendo
y los calumniadores inventando historias para no dormir. Con una clase política
que se comporta como los gallos en las peleas y una intelectualidad que hace
dejación de sus funciones pedagógicas, esto no hay quien lo arregle.
Pero eso sí, los ciudadanos seguiremos viviendo nuestras vidas lo mejor que podamos y los políticos despellejándose entre ellos. Cada uno a lo suyo.
Lo malo es que muchas de esas personas que toman pacíficamente el aperitivo son adictas a algunas tertulias televisivas en las que, lejos de buscar un mejor conocimiento de las cosas mediante el diálogo, el objetivo es quedar por encima machacando al contrario, con un moderador con vocación de incendiario.
ResponderEliminarSin embargo, hay paz social. Muchas voces, descalificaciones e insultos, pero de ahí no pasan. El ambiente es tranquilo, supongo porque en realidad no hay grandes problemas, porque la situación económica está mejorando, y eso es lo único que de verdad interesa a la mayoría.
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