En mi caso, el mensaje llovía sobre mojado, porque en una reciente
estancia hospitalaria en una clínica muy conocida de Madrid, algo más
del cincuenta por ciento del personal sanitario auxiliar o subalterno eran
extranjeros, hombres y mujeres que han encontrado en España refugio a sus
precarias situaciones sociales y económicas anteriores, que han asimilado perfectamente nuestra cultura y que ejercen su profesión con esmero y dignidad. Si no fuera
por el deje de alguno de ellos o por el color de la piel de otros, yo no hubiera sido
capaz de adivinar su procedencia.
Es cierto que en este caso estoy hablando de personas con situación legalizada, pero es muy posible que llegaran en su momento a España sin papeles o que fueran en su día menores no acompañados. No es fácil llegar a un país europeo con la situación laboral en regla, porque nuestras sociedades mantienen las espadas en alto contra la inmigración. La única forma de abrirse camino aquí es forzando las circunstancias y arriesgando la vida en patera o en cayuco.
La ultraderecha y una gran parte de la derecha conservadora se niegan a aceptar la realidad de que nuestras sociedades no subsistirían si no fuera gracias a la presencia de un buen número de extranjeros en el mundo laboral. He mencionado un ejemplo de personal sanitario, pero todo el mundo come en restaurantes servidos por hispanoamericanos, desayuna en cafeterías con camareros rumanos o toma el aperitivo en terrazas atendidas por subsaharianos. Ayer, sin ir más lejos, cogí un taxi cuyo conductor era ruso. Como es el pan nuestro de cada día, el español medio está acostumbrado a su presencia y trata esta realidad con normalidad; pero la "fachería" propone que se los eche a patadas o a tiros, acusándolos de todas las desgracias habidas y por haber. No son exageraciones mías, porque el otro día le oí decir a un líder de Vox que el ejercito debería intervenir para evitar la "invasión".
Un buen amigo me contaba hace poco una simpática anécdota. Se había cruzado en un viaje con un grupo de africanos alquitranando la carretera
y que después, cuando llegó a su destino, se lo había contado a alguien de su entorno personal de claro posicionamiento xenófobo, añadiendo el comentario de “esos
son los que te quitan a ti el trabajo”, una buena ironía, didáctica e interesante.
Pero mucho me temo que mensajes así sean inútiles, porque el racismo y la
xenofobia no nacen en el cerebro, sino en la piel.
Las migraciones se han producido y se seguirán produciendo
siempre. Ahora de lo que se trata es de encauzarlas adecuadamente, porque
producen beneficios a las sociedades de acogida y resuelven al mismo tiempo la
vida de millones de seres humanos. Tiene muy poco sentido oponerse a un fenómeno que contribuye a mejorar la calidad de vida de los ciudadanos de los países de acogida, pero es que además, si no se trata a los que llegan como corresponde a un país civilizado, se puede caer en una flagrante vulneración de los derechos humanos.
De la película que cito arriba no voy a dar más detalles, porque sería hacer "spoiler". Sólo diré algo más, que el que la vea se ponga en la piel de los protagonistas y, si no siente dolor, tristeza y rabia al mismo tiempo, que consulte a un psiquiatra.
Apunto la película, aunque no me agrada demasiado contemplar tanto dolor y sufrimiento.
ResponderEliminarFernando
A veces merece la pena sufrir un poco si el mensaje es esclarecedor.
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