Como es de suponer, aquel hecho constituyó un gran
acontecimiento. El régimen de Franco se encargó de rodear los actos del
recibimiento de esplendor y de emoción, al mismo tiempo que todas las emisoras de
radio del país acaparaban la audiencia transmitiendo a todas horas proclamas de fervor patriótico. Recuerdo que yo contemplaba todo aquello con la indiferencia propia de un niño que no acababa de entender del
todo a cuento de qué tanto alboroto, a pesar de que las lágrimas que veía a mi alrededor llamaran mi atención.
Muchos de aquellos repatriados fueron enviados directamente al
hospital militar para ser sometidos a un reconocimiento médico, lo que me permitió vivir muy de
cerca escenas que ni las cámaras del No-Do ni las plumas de los periodistas
pudieron recoger, el deambular de aquellos cuerpos famélicos por los jardines
que rodeaban mi casa, a la espera de que se les diera el alta y pudieran
regresar de una vez por todas a sus hogares.
Mi amigo Pepe, mayor que yo -por aquel entonces debía de tener 15 o 16 años-, me propuso que entrevistáramos a alguno de los que
permanecían hospitalizados, con el propósito de que nuestro trabajo se publicara en
la revista mensual del colegio donde estudiábamos, el de La Salle Josepets, uno
de los muchos a los que asistí cuando cursaba las enseñanzas primaria y secundaria. Ser hijo de militar conlleva un cierto nomadismo, prefiero pensar que enriquecedor.
Recuerdo perfectamente el nombre y los apellidos del entrevistado, pero no los voy a citar por
aquello del respeto a la intimidad. Digamos que se llamaba José. Era gallego y rondaría los cuarenta,
aunque su extrema delgadez y la tristeza de sus ojos le hacían parecer mucho
mayor. Estaba deseando volver a su casa, pero los médicos lo retenían mientras se recuperaba de algún achaque. Nos contó múltiples anécdotas, tanto de los combates durante la guerra contra los soviéticos a
orillas del Volchof, como de la dura etapa de cautiverio en un gulag
soviético. Aquellas entrevistas se prolongaron durante varios días, hasta el punto de que
Pepe y yo llegamos a trabar una buena amistad con el hospitalizado. Llenamos hojas y hojas con preguntas y respuestas, muchas más de las que hubieran sido necesarias para nuestro propósito.
Una vez pulido el texto y pasado a limpio,
decidimos entregárselo al hermano director del colegio, con el orgullo propio de dos
buenos alumnos preocupados por algo más que aprender las lecciones de nuestros
respetivos cursos. Pero, una vez leído, recibimos un categórico no por respuesta, sin más explicaciones que la
de que todo aquello era absolutamente ajeno a las preocupaciones del colegio,
que nos centráramos en nuestros estudios y que nos olvidáramos de veleidades
periodística.
Luis, una duda: "La mayoría de ellos habían combatido como voluntarios, encuadrados en la llamada División Azul", pero los otros, ¡cómo habían llegado a ser prisioneros de los rusos?
ResponderEliminar¡Y qué envidia me das con esa vivencia tuya!
Angel
Ángel, parece ser que, una vez que España retiró la División Azul, se quedaron algunos encuadrados en la que se denominó algo así como Legión Azul. Creo que alguno de ellos procedía de esta última.
EliminarMuy interesante esta vivencia, que podríamos calificar como "histórica".
ResponderEliminarFernando
Fernando, lo fue, aunque yo entonces ni me daba cuenta.
ResponderEliminar