19 de junio de 2024

Recuerdos olvidados 17. El Semíramis. Prisioneros de guerra

 

El 2 de abril de 1954, cuando yo todavía no había cumplido los 12 años de edad, cursaba tercero de bachillerato del plan de entonces y vivía con mis padres y hermanos en el hospital militar de Barcelona, atracó en el puerto de la Ciudad Condal un buque de bandera liberiana, procedente de Odesa, el Semíramis, con cerca de trescientos repatriados españoles procedentes de la Unión Soviética, después de que hubieran permanecido prisioneros en los campos de concentración de aquel país desde que cayeron prisioneros durante la Segunda Guerra Mundial. La mayoría de ellos habían combatido como voluntarios, encuadrados en la llamada División Azul.

Como es de suponer, aquel hecho constituyó un gran acontecimiento. El régimen de Franco se encargó de rodear los actos del recibimiento de esplendor y de emoción, al mismo tiempo que todas las emisoras de radio del país acaparaban la audiencia transmitiendo a todas horas proclamas de fervor patriótico. Recuerdo que yo contemplaba todo aquello con la indiferencia propia de un niño que no acababa de entender del todo a cuento de qué tanto alboroto, a pesar de que las lágrimas que veía a mi alrededor llamaran mi atención. 

Muchos de aquellos repatriados fueron enviados directamente al hospital militar para ser sometidos a un reconocimiento médico, lo que me permitió vivir muy de cerca escenas que ni las cámaras del No-Do ni las plumas de los periodistas pudieron recoger, el deambular de aquellos cuerpos famélicos por los jardines que rodeaban mi casa, a la espera de que se les diera el alta y pudieran regresar de una vez por todas a sus hogares. 

Mi amigo Pepe, mayor que yo -por aquel entonces debía de tener 15 o 16 años-, me propuso que entrevistáramos a alguno de los que permanecían hospitalizados, con el propósito de que nuestro trabajo se publicara en la revista mensual del colegio donde estudiábamos, el de La Salle Josepets, uno de los muchos a los que asistí cuando cursaba las enseñanzas primaria y secundaria. Ser hijo de militar conlleva un cierto nomadismo, prefiero pensar que enriquecedor.

Recuerdo perfectamente el nombre y los apellidos del entrevistado, pero no los voy a citar por aquello del respeto a la intimidad. Digamos que se llamaba José. Era gallego y rondaría los cuarenta, aunque su extrema delgadez y la tristeza de sus ojos le hacían parecer mucho mayor. Estaba deseando volver a su casa, pero los médicos lo retenían mientras se recuperaba de algún achaque. Nos contó múltiples anécdotas, tanto de los combates durante la guerra contra los soviéticos a orillas del Volchof, como de la dura etapa de cautiverio en un gulag soviético. Aquellas entrevistas se prolongaron durante varios días, hasta el punto de que Pepe y yo llegamos a trabar una buena amistad con el hospitalizado. Llenamos hojas y hojas con preguntas y respuestas, muchas más de las que hubieran sido necesarias para nuestro propósito.

Una vez pulido el texto y pasado a limpio, decidimos entregárselo al hermano director del colegio, con el orgullo propio de dos buenos alumnos preocupados por algo más que aprender las lecciones de nuestros respetivos cursos. Pero, una vez leído, recibimos un categórico no por respuesta, sin más explicaciones que la de que todo aquello era absolutamente ajeno a las preocupaciones del colegio, que nos centráramos en nuestros estudios y que nos olvidáramos de veleidades periodística.

Con el tiempo llegué a entender perfectamente las razones de la rotunda negativa que recibimos. En una revista escolar, poco sentido tenía publicar las impresiones de un prisionero de guerra en la Unión Soviética. Pero creo que en aquel momento, cuando el director del colegio nos dio con la puerta en las narices, dicho sea en sentido figurado, sentí la frustración propia del escritor al que las editoriales le rechazan la publicación de su novela. Supongo que no tardaría mucho en superar el disgusto, porque a esa edad las contrariedades no hacen mella. Pero en aquel momento hubiera prendido fuego al colegio. 

Es posible, no lo sé, que de aquella rotunda negativa de hace tantos años proceda la innegable satisfacción que luego he sentido cada vez que alguno de mis escritos ha visto la luz. Haber trabajado en un proyecto literario durante tanto tiempo, convencido de que nuestras preguntas y las respuestas del entrevistado se publicarían en una revista, había creado en mi ánimo unas expectativas que luego se vieron frustradas en un instante. 

De todo se aprende en la vida, hasta de la incomprensión literaria.

4 comentarios:

  1. Luis, una duda: "La mayoría de ellos habían combatido como voluntarios, encuadrados en la llamada División Azul", pero los otros, ¡cómo habían llegado a ser prisioneros de los rusos?
    ¡Y qué envidia me das con esa vivencia tuya!
    Angel

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    1. Ángel, parece ser que, una vez que España retiró la División Azul, se quedaron algunos encuadrados en la que se denominó algo así como Legión Azul. Creo que alguno de ellos procedía de esta última.

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  2. Muy interesante esta vivencia, que podríamos calificar como "histórica".
    Fernando

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  3. Fernando, lo fue, aunque yo entonces ni me daba cuenta.

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