27 de julio de 2024

Recuerdos olvidados 20. Algunos de mis viejos escenarios. Gerona

 

Supongo que no soy la única persona a la que le atrae la idea de regresar de vez en vez a los escenarios de sus correrías infantiles y juveniles, para de esa manera recuperar recuerdos y recrearse con la rememoración de viejas vivencias. Yo siempre he sentido una especial inclinación por volver a lugares que ya apenas ocupan algún lugar muy recóndito en mi memoria, no sólo desfigurados por el paso del tiempo, sino además modificados por esa tendencia tan humana de poner en solfa las disonancias y de pintar de color de rosa lo que quizá sea un poco más obscuro. Pero es que además, a estas alturas de mi vida, con la vertiginosa aceleración del paso del tiempo, se ha incrementado mi interés por recordar lo medio olvidado. Supongo que se trata de un vano intento de volver a vivir algo que ya nunca volverá.

Uno de esos escenarios es la ciudad de Gerona, en la que viví desde los 9 hasta los 11 años, dos cursos consecutivos, uno de ellos, el ingreso al bachillerato (1951-1952), en un internado -Santa María del Collell- del que creo haber traído ya aquí algunos recuerdos; el otro, el primero de bachillerato (1952-1953) del plan de entonces, en un colegio seglar y mixto -academia Cocuard- situado en el casco antiguo de la ciudad del Ter y del Oñar. A los dos he vuelto en varias ocasiones, aunque el internado ya no exista como tal y la academia se haya convertido en un edificio de viviendas. Dos lugares míticos para mí, que con el tiempo han pasado a otros menesteres.

Al internado de Santa María del Collell he vuelto en varias ocasiones. Está situado entre las localidades de Bañolas y Olot, totalmente aislado de la civilización, en mitad de un espeso bosque de robles, de hayas y de castaños. Aunque el conjunto de edificios siga existiendo, ya no funciona como centro de enseñanza, sino como residencia veraniega para jóvenes. En él he vuelto a entrar, pero su estructura ha sufrido tantas modificaciones que nunca he sido capaz de encontrar la habitación que compartí con mi hermano Manolo, aunque sí el corredor en el que estaba situado. Algunos tabiques desaparecidos y otros nuevos han convertido las antiguas celdas de seminaristas, que subsistían en mi época escolar, en grandes dormitorios, muchos de ellos con sacos de dormir esparcidos por el suelo. Quién te ha visto y quién te ve. Lo dicho, el progreso no le tiene ningún respeto a la memoria y así le va a mis recuerdos.

Pero sí he podido recorrer los campos de deportes, la esplanada donde jugaba en los recreos y el aula que me acogió durante todo un curso, ahora convertida en trastero de muebles viejos. Pero por lo menos estaba intacta. A través de los cristales de la puerta pude ver la vieja pizarra y, aunque busqué algún rastro de lo que entonces pude haber escrito en ella, no lo encontré. El tiempo lo borra todo, hasta la lista de cabos de la península ibérica.

Mi segundo año gerundense transcurrió en la capital de la provincia, en nuestro domicilio familiar. El internado se había acabado para nosotros, dejándonos algunos buenos recuerdos en la memoria y mucho frío en los huesos. Teniendo en cuenta la edad que yo tenía entonces, mis recorridos callejeros se limitaban al itinerario comprendido entre mi casa y el colegio, una distancia de quizá dos kilómetros de longitud, que recorría a diario con mi hermano Manolo a pie o en nuestras flamantes bicicletas, porque eran tiempos de tráfico sosegado y tranquilidad en las calles. Sólo los fines de semana modificábamos la rutina, los sábados por las tardes para acudir a alguna sesión continua de cine, de aquellas que en cuatro horas te tragabas dos películas con sus correspondientes noticiarios documentales (NO-DO), y los domingos para ir a misa con mis padres y mis tres hermanos y tomar después el aperitivo con ellos en la Rambla, sin que nunca faltaran las correspondientes aceitunas rellenas y las crujientes patatas fritas, un manjar de dioses. Pero como estas alteraciones del recorrido habitual se ceñían al centro de la ciudad, en realidad yo no conocía Gerona. Ha tenido que ser después, en mis cacerías de recuerdos, cuando de verdad la he conocido, ahora sí en profundidad. 

En una de estas visitas nostálgicas, hace ya unos veinte años, me detuve un día frente al edificio de la calle de Santa Eugenia de Ter donde vivíamos entonces, tratando de reconocer sus detalles. Un señor mayor, que rondaría entonces los ochenta, se colocó junto a mí y me preguntó si buscaba algo. Le expliqué el motivo de mi ensimismada contemplación de aquella fachada y entonces se deshizo en explicaciones sobre el entorno. Se acordaba perfectamente de que allí se alojaron muchos años atrás unas dependencias militares, entre las que estaban las oficinas de mi padre y nuestro domicilio familiar, instalaciones que habían cambiado de uso hacía ya mucho tiempo. Conocía con cierto detalle la evolución sufrida por el entorno a lo largo del último medio siglo transcurrido desde que yo viví allí y me dio una agradable lección sobre las modificaciones sufridas por el barrio desde que yo lo conocí.

Años después intenté repetir la experiencia, pero no encontré a mi alrededor a nadie que hubiera nacido antes de la época de mis recuerdos. El paso de los años pone cada día más difícil encontrar contemporáneos que te ayuden a recuperar el pasado. 

Por eso intento cuidar los recuerdos, aunque estén ya muy olvidados.


4 comentarios:

  1. Lo mejor de tus recuerdos es que los dejes por escrito y los compartas con nosotros.
    Gracias.
    Angel

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    1. Gracias, Ángel. Escribirlos me ayuda a ordenar ideas. Si además lo que escribo entretiene a mis amigos, miel sobre hojuelas.

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  2. Son recuerdos muy entrañables y románticos.
    Fernando

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    1. Fernando, en cualquier caso auténticos, aunque puede que la memoria me falle en algún detalle.

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