31 de julio de 2024

Recuerdos olvidados 21. Explorando alcantarillas

 

Cuando viví en Barcelona -entre 1953 y 1955- residíamos en el hospital militar de la ciudad. Por aquel entonces, el enorme recinto hospitalario estaba rodeado de grandes zonas despobladas, en las que los planes urbanísticos de la época ya preveían edificar. De manera que, como anticipo de lo que vendría años después, se había construido el alcantarillado, cuyos pozos de acceso, todavía sin las correspondientes tapaderas o cerramientos, emergían de la superficie a la espera de que se edificase.

Cuando mis amigos y yo descubrimos los accesos y comprobamos que podíamos entrar en la extensa red de pozos y galerías sin que nada ni nadie lo impidiera, lo convertimos en uno de nuestros escenarios de aventuras. Provistos de linternas, que no recuerdo de dónde habíamos sacado, sin planos y sin más guía que nuestro instinto infantil, recorríamos las inacabables galerías en busca de supuestas criaturas ocultas en la profundidad del subsuelo urbano -mejor suburbano-, de tesoros escondidos o de cualquier tipo de sorpresa que nuestra imaginación fuera capaz de concebir. Íbamos siempre en grupo, porque una de nuestras preocupaciones era perdernos, no encontrar la salida y quedarnos atrapados sin que pudieran encontrarnos, ya que nadie conocía nuestra afición a la espeleología.

En una de aquellas incursiones, un día descubrimos rastros de vida humana, alguna manta harapienta, latas de comida y cosas así. Pero, aunque buscamos por las galerías adyacentes, no encontramos a nadie. No obstante, aquel descubrimiento incrementó nuestro interés, que ahora tenía un objetivo concreto, el de encontrar al homo alcantarillae, como así empezamos a denominarlo a propuesta de algún erudito del grupo con vocación de antropólogo.

Pasó mucho tiempo y muchas incursiones antes de que un día, cuando los tres que habíamos bajado a las profundidades del subsuelo -Pepe, Miguel y yo- empezamos a oír unos gritos desgarrados, sin duda una violenta discusión. Nos quedamos petrificados, apagamos las linternas y empezamos a prestar atención a las voces que llegaban hasta nosotros, completamente distorsionadas por el eco que devolvía el laberinto de galerías. Era muy difícil entender lo que decían, pero quedaba muy claro que se trataba de una pelea entre dos o más adultos.

Uno de nosotros, no recuerdo quién, aunque puede que la iniciativa fuera colectiva, propuso que saliéramos de allí por el pozo más cercano, no fuéramos a encontrarnos con una situación desagradable. Cuando lo hicimos, nos encontramos muy lejos de la zona por la que solíamos entrar, al otro lado de la entonces llamada avenida del Hospital Militar, renombrada ahora como avenida de Vallcarca, un lugar también en aquellos tiempos completamente desierto, que el paso del tiempo ha convertido en una poblada zona residencial.

Unos días más tarde, cuando hacíamos planes para volver a entrar en las entrañas de la tierra, Pepe nos dijo que acababa de leer en Lavanguardia la noticia de que, tras una violenta reyerta entre vagabundos que acampaban cerca del hospital militar y que utilizaban el alcantarillado como guarida, había resultado herido por arma blanca un hombre de unos cuarenta años. La Brigada Criminal investigaba el caso y esperaba esclarecer el asunto pronto, aunque se carecía de testigos oculares de los hechos. Uno de nosotros dijo: oculares no, pero auditivos sí.

Nos reímos de la ocurrencia, pero con aquel suceso se acabó para nosotros la espeleología suburbana. Habíamos encontrado al homo alcantarillae, pero no era de fiar en absoluto.

2 comentarios:

  1. Por supuesto que no iríais a la policía a declarar lo que habíais escuchado.
    Se lee como una aventura de Los Cinco de Enid Blyton o similar, según yo recuerdo también.
    Fernando

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    1. En realidad, no habíamos oído nada más que gritos. Ni se nos ocurrió ir a la policía. ¿De qué hubiera servido?

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