A mí esta expresión no me gusta por lo que significa. Resistir
suele llevar aparejada una cierta inactividad, porque el que resiste en política no tiene tiempo para hacer otra cosa que no sea contrarrestar las embestidas del adversario. Por tanto, si
este gobierno adoptara la estrategia de la resistencia frente a los ataques conservadores, se resentirían las iniciativas políticas, dejaría de alimentar el boletín oficial con
nuevas leyes progresistas y sería el principio del fin.
Una cosa es que la estrategia elegida por la oposición conservadora sea
la de acoso y derribo -ya lo hicieron con Felipe González- y otra muy distinta
que el gobierno establezca una política de resistencia a ultranza y abandone la
gobernanza. Lo primero, la desazón de los conservadores por no poder gobernar está ahí y es una
realidad con la que el gobierno tiene que contar. Pero si en vez de seguir
impulsando políticas de progreso entra en la dinámica de la resistencia, apaga
y vámonos, como diría un castizo.
Yo creo que es ahora más que nunca cuando el gobierno está
obligado a redoblar sus esfuerzos para sacar leyes progresistas adelante, en vez de
dar la sensación de que se ha atrincherado y que se limita a devolver los
golpes. Sus votantes no lo entenderían y empezarían a
mirar para otro lado. Los aliados del PSOE dejarían de apoyarlo, temiéndose que
si siguen junto a ellos se vean arrastrados por la caída de los socialistas.
Pero sobre todo la derecha y la ultraderecha empezarían a tener argumentos que ahora no tienen para hacer oposición contra el gobierno y ya no se verían obligados como ahora a utilizar argumentos judiciales sin pruebas.
Es verdad que de este congreso socialista ha salido la consigna de redoblar esfuerzos, de cargarse las pilas y de ir a por todas. Pero no lo es menos que si esta intención se queda sólo en palabras, una parte de la sociedad lo interpretará como un cierre de filas para resistir. Si el PSOE quiere recuperar credibilidad, tiene que empezar a dar muestras de nuevos bríos, cuanto antes mejor.
Una vieja frase que a mí me gusta utilizar de vez en vez es que en ocasiones hay que mover el árbol para que se caigan las hojas secas. Encierra un mensaje que los socialistas están obligados a cumplir de inmediato si quiere seguir gobernando. En su estructura hay muchas hojas secas, demasiada rémora orgánica y bastante estanqueidad organizativa. No es fácil romper esta dinámica, porque las deslealtades siempre estarán al acecho, unas veces por razones ideológicas y otras por intereses espurios. Pero peor que las deslealtades son las incompetencias. A los desleales se le puede neutralizar con facilidad, mientras que a los incompetentes hay que eliminarlos políticamente aunque a veces no sea fácil. Están ocupando puestos de responsabilidad que podrían estar en manos de personas mucho más aptas.
Ignacio de Loyola dijo aquello de que en tiempos de tribulación no hacer mudanzas. Pero esa consigna, que me parece prudente pero muy conservadora, no se puede convertir en el leitmotiv de un partido político progresista. Es cierto que hay tribulación, pero ello no debe impedir hacer mudanzas urgentes.
De la misma forma que el otro día opinaba yo que el PP con su política
de acusaciones infundadas puede terminar favoreciendo a Sánchez, hoy me atrevo
a decir que o el PSOE incorpora nuevos valores en su estructura para reforzar las iniciativas o Feijóo acabará
aprovechando la situación de inmovilidad de su adversario.
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