Yo empecé a utilizar aquel espacio con frecuencia. Aunque me
bajaba un libro, en realidad pasaba horas y horas analizando cada rincón y pensando
cómo podría sólo con mis manos acondicionar aquellos casi mil quinientos
metros cuadrados cubiertos de malas hierbas. Lo único que tenía claro es que no quería un huerto en el
exacto sentido de la palabra, sino una zona ajardinada, con árboles y con zonas
diáfanas cubiertas de césped. Los tiempos de las patatas, de las lechugas y de las
judías verdes habían pasado y ahora lo que me apetecía era disfrutar de una vegetación
ornamental, aunque tuve muy claro desde el principio que aquel espacio no podía
perder la rusticidad que siempre lo había caracterizado.
Un día encargué que me llevaran hasta el huerto un camión cargado
de piedras de buen tamaño, con el objeto de habilitar unos grandes alcorques paralelos a la fachada de la casa, lo que motivó la alarma de alguno de mis hermanos que debió de pensar que me había vuelto loco. Además, decidí instalar unas bocas de riego repartidas de trecho en
trecho y llevar luz eléctrica hasta un par de puntos estratégicos. Sabía que
todo aquello sería necesario, pero seguía sin tener ni idea de por dónde empezar.
Lo que vino a continuación, cuando me di cuenta de que todo
aquel empeño había dejado de ser un entretenimiento pasajero y se estaba convirtiendo en un trabajo
de cierta envergadura, fue sustituir al jardinero inicial, que me había
confesado que no disponía de tiempo suficiente para atender el huerto como yo le exigía, por una
persona más cercana, pero sobre todo disponible. Toni, nuestro ahora “hombre para
todo”, es quien en estos momentos maneja las riendas del proyecto, siguiendo
mis indicaciones.
Toni ha reconstruido escaleras y cerramientos, ha instalado riego
por goteo y por aspersión, ha establecido un calendario de podas de árboles, de
siegas de césped y de limpieza de alcorques. Ahora conoce el huerto mejor
que yo, lo que me permite un cierto relax que antes, cuando quería y veía que
no podía, no tenía.
En estos momentos el huerto ya es un jardín frondoso, con más de treinta
árboles -olivos, prunos, cipreses y frutales de varios tipos-, con un viñedo y
con una hermosa pradera verde. El aspecto ha cambiado por completo, ya no está
abandonado y se ha convertido en un apacible lugar de estancia. Aquello, que en
su momento fue un proyecto inconcreto, casi una ilusión inalcanzable, se ha
convertido en una realidad, aunque para ello haya sido preciso que transcurrieran
veinte años. Confío en que las nuevas generaciones no pierdan nunca de vista su valor y por consiguiente no permitan que se vuelva a abandonar.