En mi opinión, aquel PSOE de actitudes “tibias” de los años
ochenta y noventa fue necesario, porque veníamos de donde veníamos y la
mentalidad de los españoles no estaba preparada para atragantarse con los grandes
cambios que necesitaba España. Yo, lo confieso, le di mi confianza al PSOE de
entonces en las cuatro elecciones generales que precedieron a las correspondientes legislaturas que gobernó Felipe González. Su manera de hacer las cosas, sin
prisas, pero sin pausas, me parecían prudentes. España estaba cambiando sin necesidad
de que se produjeran sobresaltos.
Pero aquella época de prudencia y de pies de plomo pasó, y
el electorado progresista empezó a reclamar más contundencia y más valentía a la
hora de resolver los problemas de los españoles con menos recursos económicos.
La derecha crecía, la ultraderecha empezaba a asomar la cabeza y el PSOE se
había apoltronado, por no decir desinflado en sus convicciones progresistas. El
electorado de izquierdas empezó a movilizarse y originó un terremoto, cuyo
signo más visible fue la aparición de Podemos.
A pesar de esa señal de alarma, de ese evidente toque de atención
de las bases progresistas, algunos dirigentes históricos del PSOE ignoraron las señales
de alarma, como si aquello no fuera con ellos. Pedro Sánchez, que representaba
una clara renovación dentro del partido socialista, tuvo que abandonar momentáneamente
la primera línea, se recluyó en sus cuarteles de invierno y reinició la batalla por hacerse democráticamente con las riendas de la organización. Hubo un
congreso, salió elegido secretario general y los socialistas iniciaron una
nueva época, sacudiendo el árbol para que se cayeran las hojas secas.
Este PSOE responde a una nueva época, en la que ya no es
necesario andarse con paños calientes. Por supuesto, ha provocado la reacción
enfebrecida de las derechas y ultraderechas españolas, que se sentían mucho más
tranquilas con la tibieza a la que había llegado el partido socialista. Además,
como el parlamento se ha fraccionado como nunca lo había estado, los
socialistas se han visto obligados a hacer de la necesidad virtud y a pactar
con todos aquellos que puedan ayudarlos ha sacar el país adelante y a alejarlo
de la peligrosa amenaza de los neofascistas emergentes.
Por cierto, aunque las acusaciones de pactos anticonstitucionales circulan por las redes sin recato ni pudor, yo no he visto hasta ahora que se haya acordado nada que vulnere la legalidad. Son infundios, falsedades y bulos sin más fundamento que la desesperación de los conservadores cuando ven que han perdido el control de la situación. En cuanto a Cataluña, si comparamos la situación actual con la que sobrevino tras los errores cometidos por los gobiernos del PP, creo que a nadie le quedará la menor duda de que esta manera de hacer las cosas es la más conveniente para garantizar la unidad de España.
Por eso, que Felipe González continúe en los nuevos círculos a los que lo ha llevado su deriva conservadora y que Pedro Sánchez y sus nuevos colaboradores continúen adelante con valentía progresista.
Me parece un buen análisis.
ResponderEliminarFernando
Gracias, Fernando
EliminarLuis, entre los socialistas exsocialistas notables te has dejado de nombrar a Leguina, nuestro Leguina, ejemplo de cambio no solamente de pensamiento, sino también de camisa.
ResponderEliminarAngel
Ángel, no me olvido. Lo que sucede es que son tantos los que chaquetean, que si los mencionara a todos, no me cabrían en el blog.
EliminarEl artículo es especialmente bueno y presenta muy bien la situación actual, … aunque hay otras formas de verla.
ResponderEliminarYa he dicho alguna vez que, en general, los gobiernos del PSOE lo han hecho razonablemente bien. Las variables macroeconómicas son buenas. Entonces me pregunto ¿cual es la razón de mi rechazo a Sánchez?
Creo que los gestos, tan importantes en política. Se quiera o no el presidente del país es un ejemplo, cuya conducta, de forma subliminal, se transmite a la de la gente. Por eso en muchos países los políticos dimiten cuando se demuestra que han mentido de forma tangible.
No me gustó en su día que el Presidente hiciese cosas diametralmente opuestas a lo que había prometido días antes, no me gusta el abuso del Real Decreto (ya se que lo ha usado el PP, pero yo no tengo simpatía alguna por el PP), no me gusta que Santos Cerdán tenga que ir a Bélgica a acordar la política de España, no me gusta la polarización (es verdad que el PP y Vox tienen la mayor parte la responsabilidad de ella, pero el poder para relajarla lo tiene el Presidente), no me gusta que se excluya a los que opinan diferente. Esas, entre otras cosas.
No soy amigo de etiquetas: si coincido en algún punto con las derechas, o con los tibios, me da igual. Uno debe tener su propio criterio y defenderlo.
Alfredo, haces bien en defender tus puntos de vista. Parece, por lo que dices, que a los separatistas les niegas el pan y la sal. A mí tampoco me gustan. Sin embargo, creo que la diferencia está en que acepto una realidad a la que creo que sólo se puede combatir desde el diálogo. El cambio de panorama que se ha producido en el electorado catalán demuestra que el palo crea mártires, mientras que el diálogo acerca posiciones. Cerdán va a Bélgica a negociar, a desactivar la amenaza rupturista. A mí me parece que merece la pena, aunque la oposición lance la consigna de que Puigdemont marca la política española.
EliminarEn cuanto a hacer lo contrario de lo que se dijo, son gajes de la política, porque se promete sin saber que dirán las urnas y después hay que gobernar pisando el suelo de la realidad. Aquí y en Tombuctú.