Los enemigos del PSOE no podrán quejarse de las oportunidades que se les está dando para regodearse un rato largo. Digo enemigos, porque los adversarios –que es cosa muy distinta- lamentan la situación. Pero vayamos al grano.
Lo que está sucediendo en el seno de la cúpula de la centenaria formación política trae causa de una profunda brecha ideológica. Hablar de luchas por el poder me parece malintencionado, cuando con ello se quiere dar a entender que lo que en el fondo subyace es el personalismo, el amor a la silla o la ambición política desmedida. Puede que algo de ello haya en algunos casos concretos, pero eso no es patrimonio exclusivo del PSOE, sino que está repartido con generosa extensión a su derecha y a su izquierda. Ahora bien, si con la expresión personalismo se quiere decir que detrás de las dos posiciones ideológicas hay personas, con nombres y apellidos, no puedo por menos que estar de acuerdo con la apreciación. Por poner algún ejemplo, Pedro Sánchez no piensa políticamente lo mismo que Susana Díaz, ni Borrell que García Page, ni Alfonso Guerra que Felipe González. Ni piensan igual ni tienen por qué hacerlo. Un partido es el resultante de la convergencia de ideologías afines, pero no una secta.
No voy a caer en la vulgaridad de decir que unos son de izquierdas y que los otros no. Doy por hecho que todos son socialistas convencidos. Las discrepancias están en los matices, tan sutiles que en ocasiones no se perciben. Y en el caso concreto que nos ocupa, en esta situación que ha desembocado en la alborotada y extemporánea dimisión de diecisiete miembros de la Comisión Ejecutiva, no tengo la menor duda de que las diferencias no están tanto en el voto en contra o en la abstención al nombramiento de Rajoy, como en las posibles alianzas para formar un gobierno alternativo que el secretario general está sondeando. Lo demás, esa dignidad política que dicen que les obliga a asumir responsabilidades políticas es una monserga que ni ellos se la creen. ¿Por qué no dimitieron nada más conocerse el resultado electoral del 26 J y han dejado pasar todo el verano y parte del otoño? Ahora los veo en las fotos de familia posteriores al cierre de las urnas y parecen, si no entusiasmados, al menos satisfechos.
Con independencia de cómo acabe esto (espero que haya suficiente inteligencia entre todos para reconducir la situación), lo que han hecho los diecisiete de marras –aleccionados por otros desde la sombra o desde las declaraciones ante los medios- es de una deslealtad que espanta por lo burdo y chapucero. El miedo a que Pedro Sánchez llegara a dominar la situación en la reunión prevista del Comité Federal les ha inspirado una maniobra peligrosísima y han puesto a su partido al borde de la ruptura. Ver al representante del grupo dimisionario, Antonio Pradas, en la puerta de la sede de Ferraz, atacado de los nervios porque no le habían dejado recoger el retrato de su hijo me pareció un esperpento, un insulto a la inteligencia. Debía haber supuesto que el que fue elegido secretario del partido en primarias, refrendado después en un congreso, no se iba a rendir ante la vulgar chapuza que acababa de producirse.
No estoy diciendo que Pedro Sánchez sea el líder que necesita el PSOE en la etapa que se avecina, ni tengo por qué dudar de la talla política de Susana Díaz; simplemente me atengo a un razonamiento muy elemental, el de que las formas son tan importantes, y a veces más, que las razones.
Así no.