1 de diciembre de 2017

Bailar en política

Como los gestos de desenfadada naturalidad siempre me han gustado, recuerdo con cierta simpatía la primera vez que vi bailar a Miquel Iceta sobre el escenario de un mitin político. No estaba solo, lo acompañaban Pedro Sánchez y otros dirigentes socialistas, pero quien marcaba el ritmo era él. Me hizo gracia su desparpajo, cuando, contradiciendo la lógica de su estructura corporal, bailaba a unos sones que le obligaban a mover los pies con la soltura de un bailarín de rock. Después, cuando su talla como político empezó a llamar mi atención, me puse a seguir su andadura con cierto detenimiento, y a lo largo de los últimos meses he llegado a la conclusión de que estamos ante un gran político, ante un hombre de talante dialogante, capaz de situarse sin demasiados esfuerzo en el punto de equilibrio que ahora necesita la sociedad catalana. No en la ambigüedad, como sus más feroces críticos le achacan y le achacarán, sino en la defensa del catalanismo sin menoscabo de su condición de español.

El Partido de los Socialistas de Cataluña (PSC) ha pasado en los últimos años por multitud de vicisitudes, no todas positivas. No voy a entrar en las causas de su circunstancial declive político, porque seguramente me dejaría arrastrar por la subjetividad. Me limitaré a señalar que el famoso tripartito que capitaneó Pascual Maragall le hizo daño, una mezcolanza ideológica que en aquellos tiempos resultaba innecesaria y sobre todo peligrosa. Pretendieron salvar los trastos de la derrota electoral, y movidos por el aglutinante del rechazo a la corrupción de CIU -la del famoso 3%- unieron sus fuerzas a las de los de ERC y a las de los de Iniciativa per Catalunya, dos formaciones políticas a las que sólo les unía una vaga semejanza en su adscripción política a la izquierda. Digo vaga, porque ya va siendo hora de que distingamos el polvo de la paja, a la socialdemocracia de la izquierda radical.

Ahora Miquel Iceta empieza a presentarse como una opción capaz de aglutinar, tras las elecciones autonómicas, a fuerzas hasta ahora encontradas, tan divergentes como fueron las que formaron el tripartito que lideró Pascual Maragall, pero en circunstancias muy distintas. Naturalmente la reacción de cualquiera que como yo reconozca que aquel experimento fue un fracaso, debería ser, como poco, de prevención ante la propuesta. Sin embargo yo empiezo a verla, aunque no pueda evitar cierto escepticismo, como una posibilidad de acabar en estos momentos con las aventuras secesionistas. No porque Esquerra –uno de los posibles socios- vaya a cambiar de la noche a la mañana su ideología, y no porque Catalunya en Comú –el otro partner en candelero- esté dispuesta a defender sin ambigüedades la unidad del Estado, sino porque la capacidad de dialogo de Miquel Iceta podría perfectamente dirigir un gobierno de reconstrucción social y de entendimiento con el gobierno central español, que es lo que ahora se necesita. Los frentes constitucionalistas y los frentes separatistas están condenados al fracaso, a perpetuar la hostilidad. Hace falta, a mi juicio, algo distinto, y esta propuesta transversal del líder socialista podría funcionar.

Ya sé que hay riesgos, cómo no lo voy a saber. Entre otras cosas porque los republicanos y los comunes podrían salirse después por peteneras y desmarcarse de las buenas intenciones de Miquel Iceta, y para que una alianza funcione hace falta lealtad a las ideas que la hicieron nacer. Pero como planteamiento apriorístico bien merece la pena considerar la hipótesis. En política todo es posible, y si algo positivo ha salido de este aquelarre, de rebeldía por un lado y de incomprensión por el otro, es que algunos ya han aprendido lo que no se puede ni se debe hacer

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