4 de diciembre de 2017

Echar el freno de mano u ordenar las ideas

Hace unos días, en una entrevista televisada, le oí contestar a Joan Manuel Serrat que cuando quería expresar lo que pensaba nunca echaba el freno de mano sino que procuraba tener siempre las ideas ordenadas (adivine el lector a qué se refería el entrevistador con su pregunta). Me gustó la respuesta -y por eso la traigo aquí-, porque son muchos a nuestro alrededor los que cuando lanzan al aire sus criterios ni ponen el freno cautelar ni ordenan los pensamientos. Además, cuanto más complejo sea el asunto del que se opina, más desparpajo derraman y menos rigor emplean. Al amparo de que hablan de temas opinable, fijan primero los objetivos que quieren defender y argumentan después lo que más favorezca a sus ideas, vengan a cuento o no los argumentos. Rápida y desordenadamente, porque para qué pararse a pensar si ya se sabe lo que se quiere decir. Lo demás para ellos es secundario, sólo utilería.

En mi opinión, esa falta de rigor en la defensa de las ideas es consecuencia de la necesidad que sienten algunos de simplificar el debate. O negro o blanco, no me complique usted la vida con matices, no me haga pensar demasiado, porque al final me voy a liar, y ahora, cuando creo tener las cosas claras, no voy a cambiar de pensamiento. Es más cómodo mantenella e no enmendalla que pensar. Se corren menos riesgos defendiendo lo que siempre se ha defendido que sometiendo las ideas propias a la autocrítica, a un análisis profundo. Déjenme en paz que yo sé muy bien lo que digo.

Si yo quisiera definir el sectarismo, diría que es el conjunto de procedimientos que se utilizan para evitar la confusión, para sentirse uno protegido por el pensamiento único del grupo que lo rodea. Hay otras definiciones mucho más precisas que la mía, pero aquí y ahora me quedo con ésta. El miembro de un grupo cerrado  –social, político o religioso- renuncia al uso de la razón para ampararse en el credo de sus afines. Es muy cómodo, evita muchas desazones, unas cuantas intranquilidades y no pocas ansiedades, aunque signifique abandonar el debate intelectual y por tanto la búsqueda de la verdad.

De alguna forma, todos somos sectarios porque todos elegimos opciones predeterminadas en algunas ocasiones y en determinadas facetas del pensamiento. Pero, si se me permite el tópico, hay sectarios y sectarios. Los hay inamovibles en sus convicciones y también los que revisan de vez en vez los modelos por los que se rigen, no vaya a ser que no sean los más idóneos. Los primeros son sectarios en estado puro y los segundos escépticos por naturaleza que, aunque en algún momento se dejen arrastrar por la comodidad del pensamiento predefinido, salen de él en cuanto pueden.

Volviendo a lo de ordenar las ideas antes de lanzarlas al viento de la discusión, los sectarios no requieren de tal premisa. Sus pensamientos están ya estructurados y ni por asomo se les ocurre cambiarlos. Además, como tan convencidos están de la verdad que encierra sus pensamientos, no necesitan preparación alguna para manifestarlos, los expresan con rapidez, sin echar el freno de mano.

Es posible que Joan Manuel Serrat con lo que dijo aquel día en la entrevista quisiera dejar claro que él no era un sectario sino un librepensador.

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