Hay noticias que me urgen a sentarme frente al ordenador y empezar a escribir lo que en ese momento me dicte la razón, no vaya a ser que si dejo pasar el tiempo me tranquilice y mi reacción pierda fuerza. Sé que no es una buena costumbre, porque las precipitaciones pueden traer aparejada la falta del rigor necesario para no caer en apreciaciones equivocadas. Pero, sin embargo, considero que es una eficaz terapia para soltar el lastre de algunas inquietudes.
Una de esas noticias ha sido la compra por parte de Pablo Iglesias e Irene Montero de un chalé, creo que en La Navata, valorado en seiscientos mil euros. Nada que objetar por mi parte, porque hasta ahí podíamos llegar. Cada uno hace con sus ingresos y con su patrimonio lo que le viene en gana y estaría bueno que dos políticos tan conocidos como ellos no pudieran hacer frente a una hipoteca por ese importe y con un plazo de amortización de treinta años. No, no es esta parte de la noticia la que me ha hecho saltar como un resorte y por la que me he puesto a escribir. Es otra.
A los líderes de Podemos se les ha llenado la boca durante mucho tiempo con broncas expresiones contra los mayordomos de los explotadores sociales (sic) y con promesas de demostrar con su recatado y sobrio estilo de vida su cercanía a la gente (sic). Ha sido durante estos últimos años una canción ininterrumpida, una balada monótona de autoalabanza y de menosprecio a los insensibles ante la desigualdad. Era su santidad frente a los hábitos demoníacos de los demás. Reiteradas declaraciones que suponen un contrasentido, una incoherencia con su decisión de comprar una casa que no está al alcance de la inmensa mayoría de los españoles. Por eso, y no porque no puedan vivir donde y como les plazca, es por lo que me he puesto a escribir estas líneas.
Jaime Gil de Biedma escribió, en un maravilloso poema, que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde. Quizá Irene y Pablo se hayan empezado a dar cuenta ahora de que la defensa de las políticas progresistas nada tiene que ver con el estatus económico de quien las defiende, que hay pobres de solemnidad con mentalidad conservadora y que se puede gozar de una posición económica desahogada y tener el alma progresista. En definitiva, que el hábito de la pobreza no hace al monje progresista.
Ojalá que a partir de ahora se centren más en la categoría política y dejen a un lado la anécdota pintoresca. Lo primero requiere pragmatismo y concreción, y no es fácil. Lo segundo por el contrario no es difícil, pero no deja de ser farfolla parlanchina inútil y sin contenido práctico. Eso que algunos llaman populismo y otros demagogia. Mucho ruido y pocas nueces.
Por lo demás, les deseo a los dos con sinceridad que disfruten de su nueva casa, que por cierto parece en las fotos bonita y confortable. Estarán en su perfecto derecho.
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