13 de mayo de 2018

Terrorismo en casa

Ahora que la banda de fanáticos asesinos de ETA ha dejado de machacar sin piedad y sin criterio a los ciudadanos de nuestro país, me he dado cuenta de que a sus barbaridades, a sus desalmados crímenes, no les he dedicado ni una sola línea en este blog, a pesar de que, como ya he dicho en más de una ocasión, si escribo aquí es para dar salida a mis emociones, sean éstas agradables o penosas. Quizá haya sido porque la rabia y la impotencia que siempre he sentido ante las atrocidades que cometían los etarras no me permitiera ni siquiera razonar sobre su existencia. Puede que un sentido de inutilidad ante lo que pudiera expresar en aquellos momentos me impidiera escribir sobre el terrorismo etarra.

Como todo lo que se pueda decir sobre ETA ya se ha dicho, me voy a limitar a sacar algunas conclusiones marginales, pequeñas anotaciones que he ido almacenando en mi memoria a lo largo del sucio conflicto terrorista.

La victoria, si es que así se puede llamar al cese de la violencia por consunción, ha sido de la sociedad en su conjunto, vasca en particular y española en general. Entre los políticos, a los que no voy a quitar el mérito que se merecen por haber dirigido la lucha con prudencia y no haber caído en la tentación de la desmesura, ha habido de todo, desde los que han actuado con sentido de responsabilidad hasta los que, al rebufo de las explosiones, han intentado arrimar el ascua de la barbarie a la sardina de sus intereses partidistas. Como las hemerotecas están llenas de acusaciones como la de “tiene las manos manchadas de sangre” dirigida a José Luis Rodríguez Zapatero, no voy a extenderme más en este asunto. Para muestra basta con un botón. Sólo diré que hay que ser ruin y miserable para expresar semejante dislate sin morirse de vergüenza.

Las víctimas se cuentan por centenares. No debemos olvidarlas, pero no para mantener el odio, que a nada conduce, sino para que la verdadera dimensión del conjunto de tragedias humanas que originó el fanatismo absurdo y sin sentido no se pierda en la oscuridad del tiempo. Ni tampoco esgrimirlas como arma partidista, porque su sufrimiento no tiene color, no pertenece a nadie, a ningún partido, sólo a la sociedad en su conjunto. Ni por supuesto vivir a costa de la tragedia como hacen algunos, que han convertido la pérdida de los suyos en su modus vivendi.

Los que miraban para otra parte cuando la sangre se derramaba a su alrededor, porque en el fondo comulgaban con los autores de los asesinatos, harían muy bien en callar ahora, ya que fueron cómplices pasivos o no tan pasivos de los criminales. Bastante vergüenza arrastran sobre sus espaldas como para que encima intenten minimizar la magnitud de la tragedia que originaron sus “héroes”.

Ojalá nunca más volvamos a ser testigos de tanta atrocidad, de tanto derramamiento de sangre. Ojalá esta guerra sucia nunca vuelva a repetirse en nuestro país.

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