23 de diciembre de 2018

La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va


Una vez más estamos en Navidad, unas fiestas que, con independencia de su origen y trasfondo religioso, se han convertido en un periodo de alegría y buenos deseos para los cristianos de todas las tendencias y modalidades, para los agnósticos dubitativos y hasta para los ateos convencidos. Forman parte de una tradición milenaria, y nadie serio, a estas alturas del siglo XXI, cuestiona su celebración como días especialmente señalados en el calendario. Al menos en el mundo occidental, porque fuera de sus fronteras culturales los fundamentalismos siguen berreando. Los ataques a los mercados navideños europeos son un signo dramático de esa barbarie e intolerancia. Son otras tradiciones –que no otras religiones- atacando a la de origen cristiano. De aquellas luchas religiosa estas intolerancias. De aquellos polvos medievales estos lodos posmodernos.

Pero como estamos en Navidad, no es momento para continuar por ahí. Hoy no quiero hablar de intransigencias ni de dogmatismos ni mucho menos de fanatismos. Hoy quiero hablar de concordia o, como se dice ahora, de buen rollo. Quiero abstraerme de la realidad que me circunda  -al menos durante el rato que dedico a la escritura de este artículo- y convencerme de que vivo en un mundo perfecto. Es difícil, ya lo sé, porque la realidad es aplastante y no da tregua. Pero, ¿por qué no imaginarme que la sociedad combate la violencia machista con medidas preventivas en vez de utilizar los crímenes con fines partidistas? O, ¿por qué no creerme que los inmigrantes llegan a Europa sin jugarse la vida y sin pasar penurias, y que son acogidos como se acoge a los seres humanos sea cual sea su condición? O, ¿por qué no pensar que en las cumbres internacionales sobre el cambio climático los representantes de las naciones poderosas llegan a acuerdos eficaces y no simplemente a vestir la mona de seda? O, ¿por qué no soñar que a los ciudadanos lo que verdaderamente les preocupa es la reinserción social de los encarcelados en vez de moverse por móviles vengativos?

Será sólo un rato, no demasiado largo, porque tengo el sueño ligero y enseguida me despierto. Pero por poco que dure la ingenua ensoñación quiero disfrutarla. Lo que sucede es que las pesadillas interceden y no me dejan vivir el momento como desearía. La realidad es tan distinta de lo que imagino, que hasta soñando reconozco que ese mundo de fantasías es falso. Pero aun así prefiero seguir dormido porque algo de sosiego le llega a mi espíritu, por efímera que sea la alucinación. Incluso no ignorando que tan sólo se trata de delirios pasajeros, son unos instantes que me proporcionan paz, aunque sospeche que al despertar me llevaré un disgusto.

Las Navidades son un poco así, una breve interrupción en el ejercicio de la intolerancia, una tregua concedida por los intransigentes, un ligero aletargamiento del odio. Pero tan breve como un sueño. De hecho nadie abandona las trincheras, de manera que algún disparo furtivo suena de vez en vez. Da la sensación de que se trate de una situación forzada. Es cierto que durante esos días la gente sonríe más, desea lo mejor a todos sin excepción, demuestra una empatía arrolladora. Es la cara positiva. La negativa es la brevedad.

En cualquier caso, me alegro de que estemos en Navidad. Por eso, y aprovechando la ocasión, desde aquí quiero desearles a todos los que lean estas líneas muchas felicidades y el mejor año nuevo posible.

1 comentario:

  1. Claro que sí.Démonos una tregua durante estás fiestas navideñas y entrañables y que las trincheras queden vacías aunque sea por poco tiempo. ¿Será tmbién una ensoñación mía? Porque tal y cómo está el patio...
    En fín. Disfrutemos de estos días y,cómo bien dices Luis, sonriamos y empaticemos «mogollón». Feliz Navidad y un abrazo
    Amparo

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