La expresión no es mía. La utilizó el otro día Iñaki Gabilondo en una de sus locuciones periódica en la SER, refiriéndose al calentamiento del conflicto catalán. Llegados a este punto –venía a decir-, si el señor Torra se empeña en romper la baraja, rómpase. Una cosa son las provocaciones bravuconas y otra elevar el tono de las amenazas y anunciar que si para lograr la independencia hay que llegar al enfrentamiento civil se llegará.
Es cierto que las escaladas verbales tienen límites, pero estos son muy difíciles de precisar cuando se intenta llegar a acuerdos firmes y duraderos. Lo que hay en juego -nada más y nada menos que la unidad de España y la concordia entre los españoles-, bien merece no dar pasos en falso, no dejarse llevar por impulsos viscerales. El gobierno de Pedro Sánchez, cuyo proposito de resolver el conflicto mediante pactos que no vulneren la legalidad siempre he visto con buenos ojos, se encuentra en una difícil situación, en la del jugador de las siete y media, un juego en el que ya sabemos que o te pasas o no llegas. Y como le decía don Mendo a Magdalena: “…el no llegar da dolor, pues indica que mal tasas y eres del otro deudor. Más ¡ay de ti si te pasas! ¡Si te pasas es peor!”. Una ocurrente definición de la conveniencia de medir con acierto el momento en el que se deben tomar las decisiones, que a mi juicio queda aquí que ni pintada. No hay que precipitarse, pero ojo con no actuar a tiempo.
Lo fácil es pedir que el cielo descargue rayos y centellas sobre los líderes separatistas, como solicitan al unísono las tres derechas en liza y también ciertas izquierdas. No les importa que la contundencia de las medidas abra todavía más las brechas separatistas y que, como consecuencia, cada vez se haga más difícil llegar a una solución que cierre definitivamente el conflicto. De hecho ni siquiera reconocen el alcance social del problema. Para ellos se trata de la manipulación de la opinión pública por parte de unos pocos, de manera que muerto el perro se acabó la rabia. Pero, desgraciadamente, siendo lo anterior verdad, es bastante más complejo que todo eso.
Estoy completamente convencido de que si se vulnera la legalidad el gobierno actuará con firmeza. En su momento, los que ahora gobiernan apoyaron la aplicación del 155 sin condiciones. De manera que todo hace pensar que si volvieran a producirse hechos como los que dieron lugar a aquellas medidas de excepción, no dudarían en activarlas de nuevo. Lo que sucede es que, salvo fanfarronadas, exabruptos y salidas de tono de muy mal gusto, los separatistas están teniendo sumo cuidado en que no se produzcan situaciones de verdadera ilegalidad. Proponer la independencia, aunque no nos guste, no es ilegal. Por eso, supongo, el gobierno de momento mantiene el pulso, aunque ya haya advertido en sede parlamentaria de hasta dónde está dispuesto a llegar.
El bloque independentista se está desestructurando. Su estrategia se basa en el enfrentamiento directo, en la provocación. La negociación no les favorece, pero no pueden negarse a ella. De ahí que cada día que pasa se observen mayores divergencias entre las distintas tendencias que defienden la independencia. Intentan mantener la unidad de criterio, pero las diferencias se perciben con nitidez. Ante esa situación de desintegración lenta pero evidente, el gobierno debe mantener la cabeza fría y no precipitarse.
Desgraciadamente éste no es el pensamiento que hoy impera. Pero yo no diría lo que pienso si dijera lo contrario de lo que acabo de decir. Y en este blog me puedo equivocar, pero nunca mentir.
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