El señor Tezanos, director del CIS, no mentía con las encuestas de intención de voto. El PSOE ha ganado las elecciones con una gran diferencia sobre sus seguidores y la derecha tradicional de este país, el PP, se ha hundido. Ciudadanos no ha conseguido sobrepasar a los populares, aunque le pise los talones, y Podemos ha bajado su representación parlamentaria considerablemente. Además, la extrema derecha ha entrado en el Congreso, aunque con mucha menos fuerza de la que hubieran querido.
Respecto a Cataluña, esa enorme espina clavada en el corazón de tantos españoles, las elecciones demuestran que la inmensa mayoría de sus ciudadanos rechazan las políticas de mano dura. El ascenso de PSE, que en Barcelona ha vuelto a convertirse en la fuerza más votada, confirma que entre los no separatistas son muchos los que prefieren el diálogo a la aplicación de medidas extremas. Por tanto, cualquier política que pretenda sacar a España de este enorme escollo no podrá ignorar la presencia de los nacionalistas. Una cosa es no saltarse la Constitución y otra muy distinta no sentarse a dialogar.
Pero las cosas no han hecho más que empezar. La aritmética parlamentaria deja un panorama difícil de gestionar, aunque yo no tengo la menor duda de que Pedro Sánchez logrará la investidura. Existen muchas fórmulas para ello, desde gobiernos de coalición hasta sujetar el timón en solitario con acuerdos de legislatura que pueden ser variables en función de las iniciativas parlamentarias. Pero en cualquier caso, ésta es la tarea más importante que ahora tiene por delante el líder socialista, la de garantizar un gobierno estable que permita afrontar con eficacia las innumerables deficiencias de carácter social que padece España, sin olvidar el marco global en el que estamos inscritos.
La derecha debería hacérselo mirar. El espíritu de Aznar, que ha estado flotando en el ambiente durante toda la campaña, se ha desvanecido sin dejar rastro de su existencia. Si algo demuestran estas elecciones es que cuando se carece de ideas propias y se fía todo a la descalificación del adversario, se fracasa. Los dos líderes de la derecha, que llevan diez meses de continuos insultos, de mentiras descaradas y de rabiosa e indisimulada bronca tras el voto de censura, han propiciado una división de su electorado muy peligrosa para la supervivencia de las ideas conservadoras. Si a eso le unimos su giro a la radicalidad extremista, se explica con facilidad lo que les ha sucedido.
En cuanto a la extrema derecha, una vez perdidos los complejos vaya usted a saber hasta dónde puedan llegar. De momento han entrado en el parlamento, aunque es cierto que con una representación minoritaria. Es un fenómeno mundial, y concretamente europeo, que lamentablemente se alimenta de la descomposición de los partidos conservadores. El nuevo gobierno no debería de perder de vista en ningún momento a estos falsos salvadores de la patria, porque son muy peligrosos.
Para el progresismo moderado de este país se abre un periodo ilusionante, una etapa que no hay que desperdiciar. España necesita recuperar lo perdido durante la crisis y seguir avanzando hacia el bienestar social. Las prisas, las improvisaciones, las utopías no son buenas para el progreso sostenido. Con frecuencia suponen pan para hoy y hambre para mañana.
Confío por tanto en que el gobierno que salga de ésta convocatoria electoral sepa hacer las cosas como se deben hacer. A Pedro Sánchez madera no le falta en absoluto. Los hechos lo demuestran.