13 de abril de 2019

La mala educación

Leo en el Diccionario de la Real Academia de España que dos de los significados que esta institución otorga a la palabra educación son los de cortesía y urbanidad. No contento con esta docta explicación, he buscado en las mismas fuentes la palabra cortesía: demostración o acto con que se manifiesta la atención, respeto o afecto que tiene alguien a otra persona. Por último, y para completar la información, he comprobado que urbanidad es sinónimo de comedimiento, atención y buen modo.

Me he tomado la molestia de revisar con un cierto detalle la opinión de los académicos, no fuera que yo tuviera una idea equivocada sobre la expresión mala educación. Pero no, parece ser que mi interpretación coincide con la ellos; o la de ellos con la mía, porque en esto de las palabras no hay prevalencias. Me alegro, porque cuando yo hablo de mala educación me estoy refiriendo a lo mismo, a falta de cortesía, de urbanidad, de comedimiento y de buenos modos.

Dicho esto, añado que Pablo Casado es un mal educado. No lo digo yo, lo dice la RAE. Es un mal educado porque carece de comedimiento, porque no practica ni siquiera la llamada cortesía parlamentaria, que viene a ser algo así como la quinta esencia de los buenos modales, el paradigma de la urbanidad. O no le enseñaron en su momento buenos modales, cosa que me extrañaría, o ha decidido echar por la borda todo su bagaje educacional en aras de la estrategia política que ha elegido.

Su antecesor en el Partido Popular, Mariano Rajoy, era irónico, sarcástico, incluso algo burlón y mordaz. Pero no me atrevería a decir que mal educado, cuyo significado nada tiene que ver con lo anterior. Una cosa es la dialéctica política, en la que precisamente la circunlocución cáustica puede tener un valor añadido, y otra muy distinta la mala educación barriobajera, impropia de un político que pretende llegar a ser presidente del gobierno de España.

La última barbaridad que le he oído decir es que el gobierno de Pedro Sánchez, para sacar las leyes adelante, necesita la colaboración de los que tienen las manos manchadas de sangre, una afirmación que espanta. Recurrir a expresiones como la anterior no es exclusivamente falta de educación, entraña además absoluta irresponsabilidad, no sólo porque aquella dramática etapa de nuestra historia más reciente esté afortunadamente superada, sino además porque fue precisamente un gobierno socialista el que contribuyó decisivamente a cerrarla. Mencionar ahora aquello, pero sobre todo relacionar la sangre de las víctimas con los que padecieron la barbarie asesina en primera persona, es de una infamia que asusta.

Pero a Pablo Casado no le importa decir despropósitos como no le importa caer en la mala educación. Está muy nervioso porque sabe que se juega mucho. Las encuestas –todas- lo sitúan detrás del PSOE, por lo que ya no sabe que decir y qué hacer para descalificar a su secretario general. Si hay que utilizar el terrorismo, lo utiliza. Si hay que abrir falsas agencias para desacreditar con falsas acusaciones  al adversario, las abre. Si hay que mentir, miente. Todo vale para el ínclito presidente del Partido Popular.

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