26 de abril de 2019

Los barrios colonia de Madrid, esos desconocidos

Según parece, la mayoría de las numerosas colonias de chalés que sobreviven incrustadas en la almendra madrileña datan de los primeros años del siglo XX. Como nacieron gracias a iniciativas de carácter social (sindicatos, cooperativas gremiales, etc.),  nada tiene de particular que en su momento se los conociera como barrios de casas baratas. He indagado algo sobre su interesante historia, porque con frecuencia paseo por uno de ellos –la colonia Retiro- y cada vez que lo hago y observo sus detalles arquitectónicos me llevo alguna sorpresa. La tipología de las construcciones fue muy variada desde el primer momento –estilos vasco, andaluz, francés, neomudéjar, etc.-, aunque después, a lo largo de los años, se hayan acometido tantas modificaciones, muchas de ellas de dudoso gusto. Siempre he considerado que enmendar la plana a los arquitectos y a los urbanistas conlleva el serio riesgo de convertir su obra en un auténtico bodrio. Pero aun así, a pesar de las transformaciones emprendidas en busca de la utilidad aun en perjuicio de la estética, me atraen la belleza del conjunto y la historia de su evolución.

A finales del franquismo, uno de aquellos alcaldes de Madrid que se caracterizaron por sus efímeros mandatos, y que como consecuencia casi nadie recuerda ya, se declaró a favor de la iniciativa de alguna promotora especulativa que proponía demoler la colonia y construir en su lugar edificios de varias alturas. Sin embargo, la movilización ciudadana, muy intensa en aquellos momentos, frenó el intento del que hubiera sido un auténtico desaguisado urbanístico. Yo, que ya vivía por aquel entonces en las proximidades, recuerdo perfectamente las manifestaciones, los cortes de calles, las caceroladas y las pancartas del vecindario. Afortunadamente, como la situación en aquella época de incertidumbre política no estaba para muchas alharacas, el edil y sus potenciales beneficiados tuvieron que tragarse la iniciativa, es posible que con amarga frustración.

Gracias a aquellas pacíficas algaradas, los que residimos en esa zona gozamos de una especie de oasis urbano, formado por cerca de un centenar de viviendas unifamiliares de dos alturas (algunas con torreón), agrupadas en pequeñas manzanas y separadas por unas calles arboladas y muy poco transitadas. Pasear por ellas sin agobios, contemplando las fachadas y los jardines y disfrutando al mismo tiempo del silencio en medio de la ciudad, es un placer al que me entrego de vez en cuando, cuando logro vencer la molicie y me decido a oxigenar el cuerpo y revitalizar el espíritu.

Algunas de estas casas se han convertido en colegios infantiles, por lo que es bastante frecuente oír el griterío de los niños a la hora del recreo, un sonido muy distinto al bronco rugir de la circulación rodada. Pero también se conservan viviendas para uso residencial, de manera que de vez en cuando me tropiezo con algún vecino, y me da por imaginar que se trate del nieto o del bisnieto del trabajador a quien en su día  la suerte le concedió uno de aquellos chalés, aunque no ignore que la especulación hace tiempo que expulsó de allí a la mayoría de los moradores originales. El precio actual de cada una de esas viviendas supera el millón de euros y, según tengo entendido, no es fácil encontrar alguna disponible.

Es curioso observar como estas colonias han quedado encerradas entre moles de edificios de muchos pisos, cuando fueron construidas en las afueras de la ciudad de entonces, sobre terrenos de muy bajo coste, en medio de la nada como atestiguan algunas fotografías que he podido ver. Y no deja de sorprender que unas zonas que nacieron para facilitar la adquisición de viviendas dignas a las clases trabajadoras, se hayan convertido con el tiempo en auténticas residencias de lujo, sólo al alcance de muy pocos. En Madrid existen muchas, tantas que cualquiera que viva en sus distritos centrales dispone de alguna al alcance. Yo invito a mis amigos a que se paseen por estos tranquilos barrios, contemplen la arquitectura de las construcciones y mediten sobre su origen. Estoy convencido de que me agradecerán el consejo.


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