A las familias políticas de los progresistas y de los conservadores se les ha unido últimamente en España la de los regresivos. Algunos de éstos militan en partidos claramente partidarios de volver atrás, y por tanto son fácilmente identificables; pero otros lo hacen en formaciones políticas que hasta ahora se definían como conservadoras, pero que de un tiempo a esta parte han perdido los complejos que reprimían prudentemente sus tendencias retrogradas y ahora se muestran claramente partidarios de regresar a tiempos pasados. No pongo siglas, porque todos sabemos de quién estoy hablando.
Es curioso observar cómo los regresivos lo son no sólo en lo que atañe a las políticas sociales y económicas, también en lo que afecta al comportamiento del individuo como tal. El divorcio, el aborto, la eutanasia, el feminismo, la tolerancia con los emigrantes, la caza, los toros y hasta las procesiones de Semana Santa forman parte de su ideario. Lo mezclan todo, lo agitan en su vieja coctelera ideológica, añaden un poco de esencia rancia y lo convierten en programa político.
En realidad, si uno lo piensa bien, no son políticos sino predicadores de una religión que podría denominarse “Iglesia del Cuanto Más Viejo Mejor”. Las cosas para ellos son buenas si se llevaban antes, si las usaban nuestros abuelos. La modernidad les produce desconfianza, cuando no pavor, porque piensan que nada bueno pueden traer estos nuevos tiempos, que al fin y al cabo han llegado de la mano de la democracia, palabra que les produce sarpullidos en el alma.
Lo del Toro de la Vega, de antigua tradición, estaba pero que muy bien. Cantar el Novio de la Muerte en una procesión, es lo más indicado dadas las fechas. No hay razón para suprimir las corridas de toros, al fin y al cabo una seña de identidad nacional. ¿Por qué exhumar los restos de Franco, cuando ahora reposan en un mausoleo erigido en recuerdo de una época gloriosa? Ganas de enredar -dicen- de los que ya no saben qué hacer para destruir España.
Supongo que no soy el único que se sentía cómodo antes de la irrupción de los regresivos. Al fin y al cabo el esquema era sencillo, sólo progresistas y conservadores, los primeros tratando de avanzar, los segundos frenando ímpetus, pero al final, a pesar de los parones, yendo poco a poco adelante. Sin embargo ahora las cosas se han complicado, porque retroceder no es lo mismo que frenar. De los frenazos se sale sin que se haya perdido nada importante; pero después de un retroceso hay que empezar por reconstruir lo destruido, para luego reiniciar la marcha.
Si los regresivos en esencia pura -los que se identifican con unas siglas concretas- han llegado para quedarse, el tiempo lo dirá. Pero que nadie tenga la menor duda de que los que han salido del armario de los conservadores están cambiando las cosas en sus partidos drásticamente. A éstos, con su pretensión de llevarnos a los viejos tiempos del cuplé, los temo más que a un nublado.
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