He confesado en alguna ocasión que para pasear necesito algún pretexto. Dar vueltas alrededor de un parque o recorrer kilómetros de playa bordeando la orilla no va conmigo, porque me aburro soberanamente. Necesito poner la atención en lo que tengo alrededor intentando descubrir algo nuevo, y ni los árboles ni la arena ni las olas me sirven para ello. Por eso me gustan las ciudades, porque detrás de cada esquina siempre aparece algo nuevo, a veces visto pero no con la suficiente atención. De manera que no tiene nada de particular que después de alguno de mis paseos tire de documentación y complemente lo que he visto con informaciones adicionales que, además de permitirme profundizar en lo contemplado ese día, me animen a volver al mismo lugar en otro momento. Es evidente que eso no me sucedería ni con los castaños de Indias del Retiro ni con las dunas de la playa de Chiclana, por mucho que me gusten los dos lugares.
El otro día, durante un largo paseo por las calles del Madrid de los Austrias, una de las zonas más bonitas y mejor conservadas de la capital de España, animado por la curiosidad que me despertaron los nombres de algunas calles y plazas, ya de vuelta en casa me metí a indagar. Y enseguida topé con las murallas y las cercas históricas de la ciudad, tan poco conocidas por la mayoría. Después de una lectura rápida, me centré en una de ellas, la cerca que se construyó en la época de Felipe IV, concretamente en 1625 y que no fue derribada hasta 1896. Se trataba de un enorme muro de 13 kilómetros de longitud y cinco metros de altura que circunvalaba la capital. Su propósito no era defensivo, sino un instrumento de control fiscal y sanitario. Contaba con un buen número de puertas y portillos, que se cerraban por la noche. En ellos se cobraba un impuesto por las mercancías que entraban y se controlaba a las personas que no siendo residentes visitaban la ciudad.
Aunque me gustaría, no voy a entrar hoy en detalles, primero porque la información está al alcance de todos y segundo debido a la extensión que me he impuesto en los artículos que escribo en este blog. Pero sí voy a contar que, una vez analizado el recorrido de la cerca, me puse a contemplar cuidadosamente el plano de Madrid, cuyo trazado actual refleja perfectamente como aquella tapia constriñó a la ciudad durante dos siglos y medio, impidiendo su expansión. Los nuevos barrios -de Salamanca, de Chamberí, de Argüelles, etc.- nacieron tras el derribo de la cerca a partir de finales del siglo XIX, ya con un trazado moderno en cuadrícula. Lo que estuvo durante tantos años dentro de la cerca destaca a simple vista por la irregularidad del recorrido de las calles y por la aparente anarquía de su urbanismo.
Diré además que me sorprendió que lo que hoy es el parque del Retiro -entonces Jardines del Buen Retiro- quedara dentro del recinto. De hecho, el muro seguía el actual trazado de la calle de Menéndez Pelayo hasta la de Alcalá, descendía hacia Serrano y, tras recorrer un buen tramo de ésta, bajaba por la de Jorge Juan hasta el paseo de Recoletos. También me llamó la atención que el muro discurriera por el mismo recorrido de los desaparecidos bulevares, para continuar después por la calle de la Princesa hasta llegar al río Manzanares a través de la plaza de España y de la cuesta de San Vicente, y continuara por Virgen del Puerto. Por último, para rematar el recorrido, seguía por las rondas de Segovia, de Toledo, de Valencia y de Atocha hasta encerrar el Retiro por el sur.
Otro día contaré algo de las puertas y portillos de la cerca, muchos de ellos desaparecidos, pero todos localizables. Como dije al principio, si hay que andar ando, pero para ello necesito un pretexto. Si no, me quedo en casa