No seré yo quien critique la lucha contra la degradación medioambiental. Aunque no me considere un acendrado ecologista, nunca he ignorado ni mucho menos despreciado las recomendaciones de los que, desde hace ya mucho tiempo, nos alertan del grave riesgo que corre el planeta si no se toman medidas adecuadas. Hace años, no lo voy a negar, consideraba que la propia naturaleza sería capaz de contrarrestar los funestos efectos que el progreso incontrolado ejerce a diario sobre el equilibrio ecológico. Pero hoy ya no me cabe la menor duda de que o se toman medidas para evitarlo o la vida del ser humano en muy poco tiempo estará en peligro. Se trata de algo que muy posiblemente yo no veré, pero esta circunstancia no le quita un ápice de carga a mi preocupación.
Otra cosa es que esté de acuerdo en cómo se está llevando a cabo la lucha contra el deterioro. Por un lado, aunque todavía no se conocen las medidas que se adopten en la cumbre de Madrid, mucho me temo que mientras no se sumen a las iniciativas los “grandes” todo se quede en papel mojado. No quiero decir con ello que los implicados en la toma de medidas –entre ellos la Unión Europea- deban desistir en su empeño de reducir la emisión de gases contaminantes a la atmósfera, porque la perseverancia consigue milagros, incluso en las conciencias de los más recalcitrantes. Es más, no sólo no deben desistir, sino que además están obligados a adoptar posturas beligerantes contra los intereses creados, que son muchos. Porque, no lo olvidemos, cualquier cambio que se haga supondrá inversiones millonarias y en consecuencia menores beneficios, algo que choca con los principios capitalistas.
En cuanto a las iniciativas de la sociedad civil, las de esos grupos de ecologistas que vociferan contra los poderes fácticos sin conseguir moverlos ni una micra de sus posiciones cerradas, en mi opinión sus acciones reivindicativas tienen más de folclórico que de seriedad. Debo confesar que la niña de moda, Greta Thumberg –en sueco se pronuncia con acento agudo y no llano como oigo a menudo- me produce extrañas sensaciones, la de una jovencita visionaria, enardecida por su propia obsesión y por la manipulación de los que la rodean, que, cuando debería estar en el colegio como cualquier niña de su edad, se pasea de manifestación en manifestación con unos modales que a mí me causan perplejidad. Se está convirtiendo, o la están convirtiendo, en una especie de santita del siglo XXI, que vocifera contra no se sabe quién ni qué, con más alarde teatral que rigor dialéctico. Mucho me temo que sus intervenciones perjudiquen más que ayuden a la causa que defiende. Aunque no ignoro que los símbolos y los iconos vivientes a veces mueven montañas.
Creo que la situación climática hay que tomársela en serio. Sin embargo, desconfío de las cruzadas cargadas de frivolidad. Los temas serios deben tratarse con seriedad. Y si no se aborda un plan internacional a medio y largo plazo de reconversión industrial y de cambio de usos y costumbres de la población civil no se avanzará. Dos cosas nada fáciles de conseguir. La primera porque poderoso caballero es don dinero; la segunda porque es más fácil vaciar los océanos que cambiar voluntades colectivas.
Pero o se frena la degradación medioambiental o nuestros nietos y bisnietos lo pasarán muy mal.
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