3 de diciembre de 2019

Feministas y trogloditas

El espectáculo que pudo contemplar toda España hace unos días cuando una víctima de la violencia machista se enfrentó a un dirigente de Vox durante un acto en el Ayuntamiento de Madrid, pasará a la Historia con mayúscula como una de las situaciones más vergonzosas en las que pueda verse implicado un político en activo. Los desgarradores lamentos de aquella mujer desde su silla de ruedas, a la que está atada desde hace años como consecuencia de los disparos que recibió cuando defendía a su hermana de los ataques de su marido, pasarán a la historia de la lucha contra la violencia machista como una muestra de la indignación de las maltratadas frente a los que consideran que las protestas de las maltratadas no son más que majaderías inventadas por los progres. Aquellas patéticas escenas no han podido dejar indiferente a ningún bien nacido.

Es difícil entender cuáles puedan ser los mecanismos intelectuales que conduzcan a actitudes abiertamente beligerantes contra las reivindicaciones feministas en general y contra las medidas para combatir la violencia machista en particular. Cuesta creer que estos comportamientos se basen en la vieja creencia de la superioridad del hombre sobre la mujer. En pleno siglo XXI hay que tener una mente muy primitiva para admitir este viejo prejuicio, en otros tiempos tan arraigado en las conciencias que se pueden encontrar citas incluso en los libros sagrados de no pocas religiones, entre ellos en la Biblia. Tampoco me parece posible que a estas alturas haya quien crea que la mejor defensa de la mujer sea la sumisión a los hombres. Es tan absurdo considerar que aquellas no tengan capacidad para decidir su propio destino sin rendir cuentas a nadie, que cuando uno observa a determinados personajes predicar contra el feminismo no tiene más remedio que pensar que algo extraño sucede en sus mentes.

Por tanto, sólo cabe pensar en que la estrategia antifeminista de la ultraderecha se base exclusivamente en cálculos electorales porque sus líderes hayan llegado a la conclusión de que con su actitud ganan votos. Es difícil de aceptar, pero mucho me temo que por esos derroteros vayan sus razonamientos, por el convencimiento de que todavía son muchos -y también muchas- los que consideran que donde mejor está la mujer es a la sombra de los hombres. Eso explicaría que el ínclito dirigente mencionado no apoyara declaraciones conjuntas contra la violencia de género y que le diera la espalda con ostentación bravucona a la indignada víctima que lo increpaba. Puede ser, aunque cueste creerlo, que haya gente que aplauda su “valentía”.

Lo peor de todo es comprobar que en las filas del machismo figuren tantas mujeres. Unas por razones ideológicas –el patriarcado como norma-, otras por ignorancia supina y algunas por miedo, son muchas las que abominan de la lucha por la igualdad de géneros. Parece mentira, pero así sucede. Mujeres modernas, aparentemente liberadas de prejuicios ancestrales y cuyo comportamiento parecería en principio demostrar que en sus mentes no hubiera ni un atisbo de machismo, sin embargo se comportan como tales. Es difícil de entender, pero es una realidad palpable. Aunque parezca un contrasentido, están luchando contra sus propios intereses, pero ellas parecen ignorarlo.

La lucha contra la violencia de género, un frente que apoyaba la práctica totalidad de los partidos españoles sin distinción de ideologías, ha entrado de la mano de Vox en la controversia política. Y el asunto no es baladí, porque allí donde tienen fuerza –la que les otorga los partidos que los apoyan- se corre el peligro de que se baje la guardia, precisamente en un asunto que a estas alturas nadie cuestionaba.

Pero es que hay muchos trogloditas.

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