Las discusiones sobre el uso o el abuso de los símbolos nacionales es una de las muestras más representativas de la estupidez humana. Cada vez que oigo a alguien considerar facha a quien lleva una bandera de España, o cuando por el contrario me entero de que a otro lo han tachado de rojo por no llevarla, se me revuelve la indignación en las entrañas. Qué tendrán que ver los símbolos colectivos con las ideologías. Nada, absolutamente nada, a no ser que se pretenda retorcer espuriamente su significado –el de los signos- por ignorancia o por mala fe, algo que lamentablemente sucede con demasiada frecuencia.
Los colectivos humanos se han dotado desde siempre de un conjunto de alegorías identificativas de su propia identidad, representaciones simbólicas que los distingue de manera fácil de otros grupos. Los Estados, que en definitiva son conjuntos de personas que habitan un mismo territorio y comparten intereses comunes, disponen de determinados símbolos que denotan su realidad, como la bandera o el himno, figuras representativas de lo que evocan. Ni más ni menos.
Ni más, porque sacralizarlos o darles valor independiente de lo que representan no tiene ningún sentido. Ni menos, porque ignorarlos o ningunearlos tampoco. Lo que sucede es que son pocos los que en esto de los símbolos no se pasan de rosca, unos porque les confieren valores casi espirituales y otros porque los consideran representaciones reaccionarias. Los primeros, con su burdo “manoseo”, caen con frecuencia en su ridiculización. Los tirantes o las pulseras o los paraguas con los colores de la bandera nacional siempre me han parecido auténticas faltas de respeto hacia ésta, o mejor dicho hacia lo que representan, a pesar de que quien los luce considere que con su actitud pone de manifiesto un acerbado patriotismo. De la misma manera que me parece incivilizado que no se mantengan ciertas formas de respeto en presencia de la enseña o cuando suena el himno nacional en determinados actos oficiales o en algunas celebraciones públicas, porque al fin y al cabo la falta de cortesía no es hacia el símbolo propiamente dicho, sino hacia el conjunto de ciudadanos que identifica.
Los que se envuelven materialmente en la bandera no son por este hecho más patriotas que los demás, por mucho que se empeñen. Quizá lo sean, pero tendrán que demostrarlo de otra manera. De la misma manera que los que no hacen ostentación de banderas pueden ser unos grandes patriotas. Y si no lo son, será por otras causas.
En esto de los símbolos, como en tantas otras cosas, falta pedagogía. Por las dos partes, por la de los que izan banderas gigantes como prueba de su fervor patriótico y por la de los que no respetan su presencia porque consideran que al guardar las formas participan en un acto de sumisión a no se qué. Qué tendrán que ver los colores del paraguas con la solidaridad entre los que pertenecemos a un Estado, en la que al fin y al cabo reside el patriotismo. Qué tendrá que ver el culo con las témporas, cuando todos sabemos que el uno y las otras se encuentran en lugares muy distintos.
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