El improvisado e inoportuno acuerdo del gobierno con Bildu para conseguir su abstención en la votación de hace unos días, me ha dejado con la preocupación de que el gobierno de coalición PSOE-UP no esté siendo consciente de que, en medio de esta tormenta por la que estamos pasando, tiene la obligación ineludible de redefinir el alcance de su programa político a medio y largo plazo. Los objetivos sociales con los que se presentaron a las elecciones no se pueden mantener íntegros en medio de una crisis como la que se nos ha venido encima. No solamente deberían de reconocerlo, y por tanto actuar en consecuencia, sino que además es urgente que lo manifiesten a la sociedad con toda crudeza, sin paliativos y, sobre todo, con pedagogía.
Se han tenido que tapar tantos agujeros -y esto no ha hecho más que empezar-, que mantener enhiestas las banderas reivindicativas de entonces sería un suicidio. No digo, en absoluto, que haya que renunciar a los objetivos sociales por los que muchos les votaron, sino acondicionar los ritmos a la nueva situación. Haber llegado a esta situación es lamentable, pero mucho más sería perder la credibilidad y dar al traste con la oportunidad de que en España siga habiendo un gobierno que lleve adelante políticas sociales.
No sé qué papel habrá jugado en todo este desatino UP, pero las palabras de Pablo Iglesias me dejaron con la sensación de que la radicalidad intransigente pudiera estar detrás del embrollo del otro día. Nadia Calviño –la cara más moderada del gobierno- tuvo que intervenir inmediatamente, porque ni a la patronal ni a nuestro socios europeos ni tan siquiera a los sindicatos les había gustado la promesa de derogar íntegramente la reforma laboral del PP. A cada uno de ellos por razones muy distintas, es verdad, pero en definitiva debido a la falta de coherencia entre lo que se estaba negociando con detenimiento entre las partes afectadas por la reforma y lo que salía a la luz en ese momento. Tengo la sensación de que Bildu, con todo lo que este partido implica en el escenario de la política española, era lo de menos. Lo preocupante estaba en lo acordado y no en con quién se había llegado al acuerdo.
Tampoco sé que pasó por la cabeza de los responsables del grupo parlamentario del PSOE, pero es más que evidente que no estuvieron a la altura de las circunstancias. Nunca debieron haber llegado a un acuerdo de estas características -ni con Bildu ni con ningún otro partido- que deja unos daños colaterales políticos que tenían la obligación de haber medido de antemano. La falta de sintonía con el propio gobierno que sustentan fue evidente. Vino a ser algo así como si hubieran pensado que su responsabilidad era ganar aquella votación y que lo que sucediera después ya lo arreglarían otros.
Sigo teniendo la sensación de que, pese a las evidentes diferencias de criterio en determinados asuntos, la coalición PSOE-IU funciona razonablemente bien. Yo, que siempre he sido muy crítico con la radicalidad progresista de ciertas izquierdas -la de mucho ruido y pocas nueces- estoy satisfecho con la moderación que observo en general. Pero este incidente ha encendido todas mis alarmas, porque pudiera significar que existen fisuras. Ojalá me equivoque y todo este embrollo se quede en una simple anécdota parlamentaria.
En tiempos difíciles, y éstos no lo pueden ser más, hace falta realismo. La radicalidad, las prisas y la intransigencia no conducen a nada positivo, porque nunca se resolverán los problemas sociales de las clases más necesitadas si el país naufraga. Por eso digo que hay que redefinir los objetivos a corto, pero sobre todo explicando las causa de la redefinición. No se trata, ya lo he dicho, de renunciar a políticas progresistas, sino de acompasar los ritmos a las circunstancias.
Ya lo dijo Ignacio de Loyola: en tiempos de desolación no hacer mudanzas.