Nada más conocerse que el rey había propuesto al presidente en funciones para la investidura, oí atentamente la comparecencia del candidato ante los medios de comunicación. A pesar de que el lenguaje político suele adolecer de cierta opacidad intencionada, sus palabras, en mi opinión, fueron muy claras. Dijo que se propone gobernar con criterios progresistas para seguir avanzando en las reformas iniciadas en la legislatura anterior y, al mismo tiempo, abordar con decisión un gran pacto para resolver de una vez por todas los conflictos identitarios periféricos. Ante preguntas sobre la amnistía, el mantra elegido por los conservadores para descalificarlo antes de saber el verdadero alcance de sus intenciones, contestó que todo lo que se haga estará previamente aprobado por el Congreso de los Diputados y que por supuesto deberá contar con el visto bueno del Tribunal Constitucional. Por tanto, aunque no mencionó en aquel momento la palabra amnistía, parece claro que no está dispuesto a vulnerar la legalidad vigente y que sus decisiones contarán con el respaldo de las instituciones.
Yo siempre lo he creído así, porque en un estado de derecho no se puede actuar de otra manera. La oposición seguirá con la cantinela del riesgo de que España se rompe y una parte de la opinión pública mantendrá con terquedad que a los que intentaron saltarse la legalidad con el referéndum anticonstitucional hay que negarles el pan y la sal. Algunos, además, como Santiago Abascal, amenazarán con tomar las calles.
Pero lo cierto es que estamos ante un panorama sumamente interesante, porque tengo la sensación de que Sánchez no está dando palos de ciego, sino que por el contrario maneja un esquema muy estudiado, una estrategia política construida entorno a un gran pacto político entre diversas fuerzas de distintos signos y colores, progresistas y conservadoras, de ámbito nacional y de ámbito regional, con la vista puesta en continuar los avances logrados en la legislatura anterior, que fueron muchos y muy importantes, y no dejar a un lado el hasta ahora mal resuelto conflicto de la convivencia entre todos los españoles.
Se dirá, con razón, que en ese gran pacto falta el principal partido de la oposición y que por tanto nace con serias carencias. Es cierto, no lo voy a negar. Lo que sucede es que lamentablemente el PP ha unido su destino a una ultraderecha que provoca el rechazo de los grupos conservadores y progresistas europeos y españoles, a un partido que no reconoce el estado de las autonomías que recoge nuestra Constitución. Y con ideologías así, intolerantes y excluyentes, es imposible llegar a pactos constructivos.