Quienes me educaron en el ámbito familiar, mis padres,
insistían mucho en la elegancia del comportamiento. Por supuesto que les
preocupaba lo mundano, que el nudo de la corbata estuviera bien hecho, los zapatos limpios, las uñas cortadas y los cubiertos bien asidos. Pero en lo que de verdad insistían era en que los ademanes fueran los adecuados y en que las palabras se atuvieran a los cánones de la tolerancia y la consideración por los demás. No voy hoy a entrar en si fui buen o mal alumno, en si aprendí o no
las lecciones que me dieron, porque dijera lo que dijera se volvería en mi
contra.
Pero sí me atrevo a confesar que el poso que dejó en mí la insistencia de mis progenitores se convirtió, dependiendo de los casos, en interés o en simple curiosidad por la elegancia
de las personas que he ido conociendo a lo largo de mi vida. En los que tengo capacidad de influencia, el interés se traduce en recomendaciones o consejos; en los que no, la curiosidad se convierte simplemente en valoraciones
internas, nunca en manifestaciones de mi opinión. Los que en mi subjetiva escala de
valores tienen alta la calificación de la elegancia, salen de mis juicios personales mucho mejor valorados que los que no.
Ya lo he dicho y voy a insistir en ello. Estoy hablando de
comportamientos, no de complementos o aditamentos. La elegancia, siempre desde mi punto de vista, nada tiene que ver con las
modas, con los usos o con las costumbres. Se puede ir vestido a “la última” y
carecer de elegancia, o, por el contrario, de manera informal y resultar
elegante. Se pueden utilizar expresiones coloquiales sin menoscabo de la elegancia del
lenguaje, o apoyarse en frases cultas, eruditas y altisonantes y resultar vulgar y redicho.
Incluso, por qué no, adornar los mensajes con algún taco sin perder la
elegancia, o intentar ser gracioso con expresiones malsonantes y poner de
manifiesto que se carece de elegancia.
A la elegancia quizá le suceda lo que al juego de las siete y media. Don Mendo explicaba:
-Que o te pasas o no llegas
-y el no llegar da dolor
-pues indicas que mal tasas
-y eres del otro deudor.
-Más ¡Ay de ti si te pasas!
¡Si te pasas es peor!
No, supongo que no es fácil ser elegante. Al fin y al cabo se trata de una cualidad adquirida por medio de la educación básica y ya sabemos que en esto de la pedagogía familiar hay muchas escuelas, quizá tantas como familias, algunas, por cierto, muy despreocupadas por esa cosa tan rara que llamamos elegancia.
Lo dejo aquí, porque tengo la sensación de que la insistencia nunca resulta elegante.
La elegancia está también en el saber decir o callar dependiendo del momento, como, por ejemplo, reñir o amonestar a alguien. O, dicho con otras palabras: en el don de la oportunidad.
ResponderEliminarFernando
Es cierto, la inoportunidad no es elegante.
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