Tengo la sensación de que cuando se acude a la afectación dialéctica
a la hora de enviar mensajes políticos, es porque quienes así se comportan no
tienen demasiada seguridad en lo que defienden y se sienten inclinados a acudir a una
ridícula teatralidad para sentirse más seguros de que su contenido cale en la
audiencia. Asaltar los cielos, como en su momento decían algunos, o
salvar a España de sus enemigos, como ahora pregonan otros, son alaracas
inútiles que en los únicos que puede hacer efecto es en sus adictos más
convencidos, nunca en la mayoría de los que los oyen, que ante la exageración y
la desmesura hacen oídos sordos.
Ahora ha aparecido una variante del histrionismo político,
la de la mala educación. Políticos mal educados ha habido siempre, pero tengo
la sensación de que ahora estamos asistiendo a un festival de despropósitos, en
el que son muchos los que pujan por conseguir el puesto más alto en el podio. Ni un
presidente de gobierno ni un jefe de la oposición ni un ministro ni una presidenta de comunidad pueden permitirse el desahogo
de insultar al contrincante. Es verdad que la actividad parlamentaria para que sea útil debe ser dinámica, incisiva y si se me apura lacerante. Pero sin acudir a
la descalificación personal ni a la injuria barriobajera, sino al oportuno ingenio en el
uso de la palabra.
Se gasta mucha pólvora en salvas. Pero lo que es peor,
una pólvora que huele mal, que contamina el ambiente, que ensordece los oídos.
Porque al final, detrás de cada exabrupto y de cada denuesto no hay nada. Mucho
ruido y pocas nueces, demasiados aspavientos y muy poco contenido. Nuestra
sociedad, que se esfuerza por alcanzar día a día mejores cotas de bienestar, observa
tanta mala educación con el escepticismo propio de quien sabe que no son más
que palabras huecas y malsonantes, y que ningún contenido práctico se esconde detrás.
Algunos, los que creen estar convencidos de que están en posesión de la verdad,
no sólo aplauden el esperpéntico espectáculo, sino que además se suman a él a
través de las redes sociales, un instrumento que han encontrado para dar rienda
suelta a sus frustraciones sin correr demasiados riesgos, convirtiéndose en meras catapultas de los insultos de otros. Pero la inmensa
mayoría de los ciudadanos empieza a estar harto de esta situación y a pensar
que lo mismo da ocho que ochenta.
A propósito, corruptos ha habido siempre y siempre los habrá, porque la propensión a la corrupción forma parte de la condición humana. Lo que hay que exigirles a los políticos es que no los amparen, que los denuncien y que los pongan en la palestra. Porque si no lo hacen, se convertirán automáticamente en sospechosos de complicidad, en víctimas de su propia torpeza. Pero lamentablemente son pocos los que lo hacen, dando lugar a que los escándalos estallen y se conviertan en el late motiv de la política, cuando debería ser asunto de la judicatura. Pero puestos a gastar pólvora en salvas, algunos piensan que en estos casos leña al momo.
Menos mal que no todos los días me levanto tan pesimista.
Mañana será otro día.
Yo ya llevo bastante tiempo aburrido y desilusionado de la política y de los programas televisivos de debates, que más que aclararme me confunden.
ResponderEliminarFernando
A mí lo que me preocupa es la falta de propuestas, la carencia de ideas, la ignorancia que caracteriza a la clase política actual. Se van por los cerros de Úbeda en vez de centrarse en los problemas reales.
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