Leo, en fuentes generalmente bien informadas, que la palabra
revolución significa “cambio profundo y radical, generalmente violento, en las
estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad”. Pues bien, qué duda
cabe que el presidente de EE. UU. ha provocado una auténtica revolución de
proporciones colosales y de final imprevisible, con todos los ingredientes que
figuran en la definición anterior.
Lo malo de las revoluciones es que con harta frecuencia se
les van de la mano a los revolucionarios, sin que por supuesto esa fuera su
pretensión. Sus características -profundidad, radicalidad y violencia- provocan
la inevitable reacción de los afectados, en este caso los gobiernos del mundo entero, lo que todavía agrava más la
situación. Sorprende, además, que en este caso sean los presuntos beneficiarios
de la revolución, la plutocracia americana, los que parece que más van a sufrir
las consecuencias de esta locura revolucionaria.
Lo que no se acaba de entender es que los que rodean a Trump
no sean capaces de hacerle ver que las cosas no están saliendo como él
quisiera. Eso me preocupa, porque me hace pensar que pudiera haber gato
encerrado, en este caso que los intereses especulativos de la minoría más
cercana al presidente, no sólo animen a éste a poner el mundo patas arriba,
sino que además les importe muy poco el bienestar de su propio país. Si así
fuera, estaríamos ante una colosal estafa promovida nada más y nada menos que por
la administración de la primera potencia del mundo.
Yo estoy de acuerdo en que Europa está obligada a
comportarse con prudencia y no precipitarse a la hora de contrarrestar los
efectos de esta salvaje revolución. Pero al mismo tiempo estoy convencido de
que está obligada a mostrar el músculo económico que tiene y avanzar a pasos
agigantados en la construcción de una auténtica supranacionalidad capaz de plantar cara a los matones de patio de colegio de turno.
Confío, ya lo he dicho aquí en más de una ocasión, en que
las políticas de check and balance -control y equilibrio- que recoge la constitución de los
Estados Unidos vayan poco a poco reequilibrando la situación. Vamos a ver que
decide el presidente de la reserva federal con los tipos de interés, porque
Trump le está pidiendo que los baje y hasta ahora no ha conseguido su
pretensión. Además, dentro de dos años se renovará una parte de las dos cámaras
legislativas norteamericanas y pudiera suceder que los “trumpistas” perdieran
la mayoría que ahora tienen. Por último, veamos como evoluciona el índice de
popularidad del presidente Trump, porque a corto plazo puede caer como
consecuencia del batacazo económico que se va pegar la clase media de aquel país.
No quiero dejarme llevar por el optimismo que siempre me ha caracterizado, pero creo que esta revolución está condenada al fracaso. Si Europa hace bien los deberes, quizá incluso salga beneficiada.