Cuando se está en contra de un político determinado, es fácil utilizar esta adaptación a las circunstancias para descalificarlo, acusándolo de falso, sobre todo si no se encuentran otros argumentos. A Felipe González lo juzgo por su ingente labor para modernizar un país recién salido de la dictadura de Franco y no porque, obligado por el juego de equilibrios geoestratégicos, nos metiera en la OTAN. A José María Aznar por su irresponsable alianza con Busch, que comprometió a España en un conflicto bélico, guerra que no sólo no era de nuestra incumbencia, sino que además ha dejado un reguero de muertes y una situación muy peligrosa de inestabilidad en la región. Su alianza con Convergencia y Unión, desde mi punto de vista, forma parte de la necesaria adaptación a las circunstancias políticas y no influye en mi juicio sobre su gestión política. En cuanto a Pedro Sánchez y su alianza con Podemos tras las últimas elecciones, no es más que un reconocimiento de la composición del parlamento. O gobernaba con los de Pablo Iglesias o daba paso a la derecha y a la ultraderecha. Para los progresistas no había duda, pero los conservadores nunca lo aceptarán.
No son mentiras, es pragmatismo. Me atrevería incluso a
decir que se trata de una virtud y no de un defecto, porque lo indeseable en un
político es que no tenga cintura, que no sepa sortear los inconvenientes y las
dificultades, que se petrifique ante las contingencias que no favorezcan su permanencia
al frente del gobierno. Porque, lo he escrito aquí en varias ocasiones, en
política no hay nada más inútil que no poder llevar adelante tu programa
político y, si no se está al frente del gobierno, no se gobierna. Elemental.
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