14 de marzo de 2016

Nada cambiaría si se celebraran unas nuevas elecciones

A corto plazo, por mucho que algunos se empeñen en sostener lo contrario, las figuras del tablero político no se van a mover ni un ápice de las posiciones que ahora ocupan. Un punto arriba, quizá unas décimas abajo; pero, en el caso de que se celebraran unas nuevas elecciones, los cuatro partidos que obtuvieron los mejores resultados en las últimas no cambiarían sensiblemente sus posiciones relativas. Además de que así lo indican las encuestas, basta con cambiar impresiones con los que uno tiene a su alrededor para concluir que todo el mundo cree haber votado lo mejor de lo mejor y que sólo las intransigencias de los demás, no las de los suyos, son las causantes del estancamiento de la situación. Si las adscripciones políticas siempre han contenido una gran dosis de subjetividad, el apego a los tuyos ha aumentado hasta límites insospechados, yo diría que peligrosos. La figura de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio se pasea sin recato entre nosotros.

Es curioso observar como aquellos que denunciaban el bipartidismo, ahora que han conseguido su objetivo pretenden llevarnos al frentismo, el peor de los antagonismos políticos. Contra el intento de moderación transversal que proponen Sánchez y Rivera, los extremos se desgañitan para atraer las alianzas a su lado en exclusiva, con total y absoluto desprecio a los planteamientos de equilibrio y ponderación que, ahora más que nunca, parece exigir la sociedad. Las izquierdas deben unirse, dicen unos, y las derechas no pueden traicionar sus ideales, pregonan otros. Los argumentos se repiten en los dos lados del espectro político con eslóganes muy parecidos, en un intercambio de acusaciones que enrojecen por burdas y manidas. O acusan a los que intentan salir de este embrollo de ejercer de perro del hortelano o los tachan de haber traicionado los ideales progresistas vendiéndose al capitalismo. Un auténtico esperpento, tan ridículo que a mí me resulta patético.

En más de una ocasión he dicho en estas páginas que, en mi opinión, partiendo del acuerdo alcanzado entre PSOE y Ciudadanos, Podemos podría aportar algunas de sus ideas, no todas como pretenden sus líderes, de la misma manera que no están todas las de los socialista ni las de Ciudadanos. Esa alianza reforzada sería capaz de funcionar perfectamente, pero para ello los de Pablo Iglesias tendrían que aceptar que la composición del Congreso no da para mucho más, porque no pueden exigir ni a los socialdemócratas ni a los conservadores moderados que se apoyen en fuerzas de dudosa constitucionalidad. Por eso, si la izquierda radical se sumara al pacto sin exigencias inaceptables, estarían haciendo un ejercicio de responsabilidad, pragmatismo y saber hacer político. La democracia seguiría funcionando y empezarían a solucionarse muchos de los problemas más candentes de la sociedad. Pero mucho me temo que los tiros no van por ahí. Del PP no hablo, porque en estos momentos, tras haber gobernado durante la última legislatura sin contar con nadie, ningún partido quiere pactar con ellos.

Muchos ciudadanos –ahí están los sondeos de opinión- prefieren un pacto transversal moderado que un frente progresista integrado por fuerzas tan dispares como son el PSOE y Podemos. Lo he dicho también en alguna ocasión: la esencia de la socialdemocracia, a la que parece que algunos han estado votando hasta ahora sin saber lo que hacían, no puede diluirse entre medidas de muy dudosa efectividad social y económica. A mí no me gustaría. Si el PSOE tiene que seguir en la oposición que siga, pero que no venda incondicionalmente su alma al diablo. Si lo hace perderá el apoyo de sus auténticas bases, la de los que creen en el progreso social dentro de un estricto respeto a las reglas del mercado, sin atajos peligrosos ni oídos sordos a la realidad del mundo económico en el que España se mueve. Una cosa es controlar y castigar las desviaciones fraudulentas de los especuladores financieros –léase Lehman Brothers o Bankia- y otra muy distinta mantener posiciones anticapitalistas, sin que se sepa muy bien de qué están hablando. Recuperar las políticas sociales sí, pero arruinar el país con gastos insoportables no.

No ignoro que a algunos lo que digo arriba les sonará a música celestial. Pero si quiero ser coherente con las ideas que mantengo desde hace muchos años no tengo más remedio que decirlo.

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