Me recomendaba el otro día un gran amigo, de los que no gastan palabras inútiles a la hora de dar buenos consejos, que diversificara el contenido de mis entradas en el blog. En su opinión hay muchos temas fuera de la política sobre los que se puede hablar, no sólo de lo que está sucediendo ahora en España durante este largo proceso poselectoral/preelectoral. Aunque me he propuesto hacer caso en la medida de lo posible de su sabia recomendación, debo confesar que a mí los que de verdad me interesan son los fenómenos sociales y no tanto los políticos. Otra cosa es que los contenidos de estas dos facetas del pensamiento se confundan o se solapen con frecuencia, ya que al fin y al cabo la política no es otra cosa que el conjunto de iniciativas encaminadas a conducir a la sociedad por un sendero determinado.
Lo que está sucediendo en estos momentos en España constituye un auténtico fenómeno social, con apariencia, pero sólo apariencia, de cambio brusco en las políticas tradicionales. Muchas personas de uno u otro lado de la esfera política han sentido de repente, por unas u otras razones, cierto hartazgo político, un fuerte rechazo a lo que hasta hace poco les convencía, admiración desmedida hacia la novedad emergente, hacia unas luces parpadeantes que han deslumbrado sus mentes y en cierto modo confundido, entendiendo aquí por confundir su sinónimo desorientar. No seré yo quien ahora ponga nombres a estos destellos, porque eso sería entrar en política y no voy a caer en la trampa. Son tantos y tan variados los focos resplandecientes que me costaría un gran esfuerzo enumerarlos.
Cuando se analiza este fenómeno a nivel individual –lo que en mi caso equivale a cambiar impresiones con mi entorno más cercano-, se percibe en los deslumbrados un cierto desasosiego, algo así como si fueran conscientes de que han dado un paso adelante bienintencionado, atraídos por una luz cegadora; y ahora, cuando la vista se ha acomodado al resplandor que los cegaba, empezaran a recobrar el sentido de la vista, o al menos a distinguir mejor los perfiles que antes aparecían difusos y quizá por eso tan atractivos. Pero como suele ocurrir cuando las ilusiones aminoran su intensidad, los que han sufrido el fenómeno se agarran con fuerza al espejismo prometedor y se afanan en defender su decisión inicial. Han gastado demasiada fuerza anímica en el empeño y no están dispuestos a rendirse con facilidad.
Lo que sucede es que en ese empeño de “sostenella y no enmendalla” utilizan con frecuencia argumentos contradictorios. Como en definitiva el fenómeno se traduce en el cambio del voto de toda la vida por otro de nuevo cuño, agrandan los defectos de lo anterior hasta límites insospechados, como si las lacras hubieran aparecido de repente y no estuvieran ahí cuando ellos las sostenían con su apoyo incondicional. Se comportan como si de repente hubieran descubierto la verdad reveladora y al mismo tiempo renegaran de su pasado, como si pretendieran no saber nada de lo anterior y quisieran mediante la mutación sobrevenida limpiar un pecado.
Lo que digo no es política sino análisis social. Los cambios han sido tantos y tan drásticos, que aquí no vale aplicar los viejos argumentos que explicaban los movimientos de intención de voto. El prodigio no ha afectado a unos cuantos sino a la sociedad entera. A unos porque han buscado en los destellos emergentes una tabla de salvación y a otros porque los nuevos aires les han reafirmado con más fuerza si cabe en sus predilecciones anteriores. La radicalización se ha extendido por toda la sociedad sin control, como se extienden las mareas negras. Y como éstas dejará una huella que tardará mucho en desaparecer. Para bien o para mal. Pero en juicios de valor no voy a entrar.
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