Reconozcamos que el viernes día 22 de enero de 2016 fue una jornada rica en sorpresas para el común de los españoles, fueran éstos peperos, ciudadanistas, sociatas, podemistas o izquierda-unida-populistas (llegará un momento en que, con tantas siglas añadidas para identificar un partido, se pondrá muy difícil dedicar a sus votantes apelativos cariñosos). Desde primeras horas de la mañana, hasta muy avanzada la tarde, cada poco tiempo se iba produciendo una noticia política, en una especie de carrera por superar la expectación creada por la que le precedía en el turno de los sobresaltos. Un espectáculo rebosante de emociones, que a los que permanecimos pendientes del televisor durante una gran parte del día llegó a ponernos, como diría Almodovar, al borde de un ataque de nervios. ¡Qué subidón, Dios mío!
Primero fue el señor Iglesias quien sobrecogió nuestro decaído espíritu, haciéndonos saber que, como señalan los protocolos al uso en las democracias occidentales, le había comunicado al jefe del estado (lo de rey se le atraganta) la primicia de que se proponía así mismo como vicepresidente de un gobierno de progreso presidido por Pedro Sánchez, a quien el destino lo había sonreído, sin mérito alguno y gracias a él. Después continuó pidiendo ministerios para algunos de sus chicos y chicas y, por si no hubiera carteras para todos, solicitando que se creara alguna nueva, por ejemplo para las plurinacionalidades del estado, uno de los problemas, proclamó circunspecto, que se propone resolver de una vez por todas. Debo reconocer que apenas me inmuté cuando le llegó el turno a esta última declaración, porque la primera parte de su comparecencia había paralizado por completo mi sentido de la percepción.
Un poco más tarde fue Pedro Sánchez, el sonreído por la benignidad de los hados, quien en un alarde, no sé si de candor o de precipitada improvisación, agradeció a su predecesor en las sorpresas su desinteresado gesto. Aunque a esas horas ya me había repuesto de la parálisis anterior, se me atragantó la fría cerveza acompañada de pepinillos en vinagre que me estaba bebiendo con fidelidad a mis inveteradas costumbres de mediodía. Intenté, como hago siempre que algo se escapa a mis entendederas, discernir si se trataba de una ironía o de un ataque de sinceridad, pero los 4,5 grados de la Mahou me habían quitado algo de capacidad analítica.
Lo de la tarde, aunque me pilló totalmente vacunado para sufrir cualquier otro ataque por sorpresa, cuando Rajoy confesó que no contaba con apoyos suficientes para someterse a la investidura de presidente del gobierno, y por tanto declinaba la generosa oferta del rey (en realidad dijo su majestad el rey), estuve algún tiempo intentando averiguar qué se proponía con ese ataque de reconocimiento sobrevenido de la realidad aritmética, si hacer un servicio a la nación mediante un gesto de absoluta generosidad o esperar a que los contendientes a su izquierda se despellejaran hasta hacerse sangre. Como a esas horas la abstinencia me otorgaba un cierto grado de sobriedad, no tuve por menos que exclamar: ¡ay pillín, pillín, que te veo venir!
Los demás en la contienda política debían de estar tan anonadados como yo, porque en sus intervenciones ante los medios parecían no reaccionar. Garzón dijo aquello de que un ministerio no hace daño, pero advirtiendo que lo importante son las medidas a tomar y no las poltronas, original expresión que yo ya había oído en algún sitio. Y Rivera mostró su sorpresa por el giro que estaban tomando los acontecimientos, y repitió aquello de que ellos están en la moderación, frase que también me suena haber percibido en anteriores ocasiones.
Lo del otro día fue sorprendente. Si tuviera que dar un premio al más original de todos, la verdad es que me encontraría ante un poliédrico dilema. Quizá me decidiera por otorgar un trofeo ex aequo, porque en realidad todos se lo merecen.
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ResponderEliminarPoliédrico dilema.
ResponderEliminarDesde un punto de vista poético o retórico es un sintagma precioso, pero ¿y gramáticageométricamente es posible? ¿Cómo relacionas un poliedro con un dilema? ¿Qué pensaría Euclides de ello? ¿Lo aprobaría César Vallejo?
Angel
Si como sintagma te gusta, dejémoslo ahí. Las visiones poéticas ayudan a endulzar los amargores de la prosa política. Esa era mi intención y por eso no consulté ni a Euclides ni a César Vallejo. Quien pregunta se queda de cuadra (dicho cuartelero).
ResponderEliminarEl autentico y profundo dilema es ¿se ha llegado al fin del estado de la constitución de 1978?. Si se alcanza un gobierno del llamado bloque constitucionalista, preconizado por la "gente de orden", en realidad, nada habrá cambiado, sobre todo si el presidente es Mariano Rajoy. La llamada "anti-España" se frota las manos. Si por el contrario se alcanza un gobierno del bloque izquierdista, presidido por Sánchez, en pugna constante entre sus socios y sus compañeros de partido, y con la "mano" que daría la derecha, el panorama parece casi peor. Yo no veo salida, y con nuevas elecciones, menos. Fito
ResponderEliminarEn mi opinión, la Constitución ni ha llegado al final ni nunca llegará, porque siempre tendrá que ir adptándose a los tiempos. Pero cualquier avance que se logre siemopre será bueno, sobre todo si viene consensuado. Por otro lado, no seas tan pesimista, querido Fito. Yo, aunque confío poco en algunos políticos (ya lo he confesado más de una vez desde aquí), sí lo hago en la madurez del pueblo español, que, a pesar de los pesares, sigue conviviendo democráticamente. Tengamos un poco de paciencia y veamos en qué acaba todo esto. Ya falta menos.
ResponderEliminarComprendo el optimismo congénito, pero no la negación de la evidencia. En los treinta y ocho años de constitución, no se ha adaptado nunca a los tiempos, ni siquiera con reformitas al alcance de acuerdo general, como la sucesión a la corona. En España nunca ninguna constitución alcanzo ninguna reforma, ¿por qué lo haría esta?, aquí las constituciones desaparecen con el régimen que las estableció, y creo que vamos por ese camino. La madurez del pueblo español es importante, pero mas importante es que no tenemos un ejercito golpista
ResponderEliminarYa que lo mencionas: ¿te has preguntado alguna vez por qué ya no tenemos un ejército golpista? No creo que haya sido por mutación expontánea del ADN de sus integrantes, sino porque la sociedad en su conjunto, por supuesto dirigida por los políticos de turno, ha sabido cambiar el modelo policial de la dictadura por el profesional de la democracia. A esa madurez me refería en mi contestación a tu comentario. Por eso soy optimista, con independencia de que los genes me ayuden.
ResponderEliminarNo quería ofender a nadie con mi comentario y lamento haber sido demasiado vehemente. Solo pretendía señalar que el sistema político de la constitución de 1978 da síntomas de agotamiento, para mi muy evidentes, y no me parece que las soluciones "parche" que se proponen solo tratan de mantener las cosas como están. Pero el estado de las autonomías se desmorona, la economía no se recupera y da síntomas de empeoramiento y Europa parece que dejará de ser una referencia que nos una. No veo ninguna salida que no cambie profundamente las cosas. Lo lamento
ResponderEliminarQuédate tranquilo porque no has ofendido a nadie. Debatir es un ejercicio sano que ayuda a entre todos encontrar las mejores soluciones a los problemas. Por eso expongo aquí mis opiniones y recibo encantado las de los demás.
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