Los que conocen el difícil arte de la negociación recomiendan que en cualquiera intento para lograr un acuerdo hay que empezar por pedir la luna, tantear después con atención al que se sienta enfrente, ceder muy poco al principio, reducir el nivel de las exigencias paulatinamente, amagar de vez en vez con pegar carpetazo al asunto, dar a entender cuando la ocasión lo requiera que existen otras alternativas, pero, sobre todo, no descubrir las cartas que se esconden en la manga hasta el final. Yo, que en mi vida laboral me vi muy a menudo en la tesitura de negociar para lograr acuerdos comerciales, entiendo perfectamente estas líneas de actuación, que ahora reconozco en lo que está sucediendo en la política española.
A nadie se le escapa que la situación parlamentaria en la que ha quedado el PSOE tras las últimas elecciones es de muy difícil salida. Los nervios de algunos dirigentes socialistas parecen desatados, los cantos de sirena desde la derecha para atraerlo a eso que eufemísticamente llaman la gran coalición resuenan por todos los rincones del universo mediático, las formaciones que se consideran progresistas especulan con inquietud sobre la solución definitiva que vayan a adoptar los socialdemócratas y, como es lógico, los cinco millones y medio de votantes socialistas esperan intranquilos los acuerdos que el secretario general del partido que han votado alcance con los otros.
Lo que está sucediendo no es ni más ni menos que aquello que muchos de los que ahora se sorprenden pronosticaban durante los últimos meses, que la distribución de fuerzas políticas ha cambiado en España y hay que negociar para lograr acuerdos de gobierno. Sucede sin embargo que como hasta ahora lo de la negociación era un deseo y no una realidad, cuando ha llegado el momento de la verdad muchos se rasgan las vestiduras. Unos porque nunca desearon llegar a esta situación, otros porque para ellos no era más que un eslogan electoral y nunca pensaron seriamente en sus consecuencias, y la mayoría porque eso de ponerse de acuerdo con los que no piensan igual que tú les parece un desatino.
El PP tiene muy difícil lograr la investidura de su jefe de filas, el señor Rajoy, porque salvo el 28,72 % que le ha votado nadie más lo respalda: el 72,18 % rechaza su política. Si acaso podría contar con la aquiescencia de Ciudadanos, que le daría otro 12,67 %, lo que sumaría un total del 41,39 % de apoyos, frente a 58,61 % de rechazos. No hablo ahora de escaños, porque sabido es que la suma de los de estos dos partidos no alcanza la mayoría absoluta.
El PSOE, con peores resultados que el PP, cuenta con la ventaja de que cosecha menos aversión, porque en su programa existen puntos de concordancia con otros partidos. Triste consuelo, dirán algunos, pero la realidad es que en política tienen más valor las coincidencias que las discrepancias, y el partido socialista con esta vara de medir sale mejor posicionado, aunque obligado a negociar con varios interlocutores
Por eso, si existe tanto desconcierto en torno a las negociaciones es porque las coincidencias de las que hablaba no son las mismas con unos que con otros. Los negociadores no sólo tienen que resaltar los puntos en común, matizar las discrepancias y descartar las exigencias inabordables, sino que además deben hacerlo con cada uno de sus interlocutores. Una labor difícil, jalonada de dificultades, con multitud de puntos débiles que serán aprovechados por los adversarios políticos para atacar sin dar cuartel, por todos los flancos.
Fijemos atención a las palabras o, mejor dicho, a las medio palabras que se oyen estos días. Es curioso observar cómo se utilizan frases inacabadas, de doble sentido, pero sobre todo las que alguna vez puedan argumentarse como disculpa ante la decisión que finalmente se adopte. Para los que nos gustan los matices del idioma más que a un tonto una tiza, resulta un verdadero placer analizar su contenido y averiguar la intención que se oculta detrás.
Tengamos paciencia, porque nos quedan negociaciones hasta hartarnos. Pero: ¿no era eso lo que queríamos?
Tengamos paciencia, porque nos quedan negociaciones hasta hartarnos. Pero: ¿no era eso lo que queríamos?
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