Vengo observando, desde hace ya algún tiempo, que en ciertas personas, no en todas por supuesto, determinados prejuicios suelen caminar juntos, en grupo indivisible, como si cualquiera de ellos llevara asociados a los demás. Un fenómeno digno de reflexión, que ahora me propongo analizar, no para dar consejos -que por otra parte seguramente nadie aceptaría-, sino como ejercicio mental que me permita desviar la atención, al menos por un momento, de la vorágine pactista que nos rodea y del griterío de intransigencias que exhiben nuestros políticos.
Citaré algunos de estos comportamientos fóbicos, sin ser exhaustivo para permitir a quien quiera acompañarme en la reflexión que añada cuantos quiera, porque seguro que encontrará muchos más que yo. Racismo, xenofobia, homofobia, antifeminismo serían algunos de ellos, cuatro aversiones de muy distinto carácter, que se dan en ocasiones en una misma persona. A simple vista no se explica con facilidad el fenómeno, aunque, como en casi todo lo que afecta a los complejos comportamientos humanos, alguna razón debe de existir para que se produzca la simultaneidad.
Veamos. Si los objetos de los rechazos son distintos, como en el ejemplo que acabo de citar -extranjería, raza, homosexualidad y defensa de la equiparación de los derechos de la mujer con los del hombre-, habría que preguntarse qué los une en la mente del sujeto que padece la aversión plurivalente. Lo primero que se me ocurre pensar es que quizá la explicación no haya que buscarla en los objetos de las fobias, sino en el sujeto que las padece. Una primera pista, pero no suficiente.
¿Qué puede haber en la mente de un individuo para que cosas tan distintas obtengan una misma respuesta en su psiquis? Podría ser que fuera tan simple como la autoafirmación de sus condiciones personales: si soy de raza blanca, no pueden gustarme los negros; si soy español, por qué tengo que admitir a un chino en mi vecindad; si soy heterosexual, los homosexuales cuanto más lejos mejor; si soy varón, y a veces también mujer, me pregunto qué se les habrá perdido a los que defienden con tanto tesón la igualdad de derechos entre los dos sexos.
¿Pero esa autoafirmación de las condiciones personales, no implica al mismo tiempo un cierto desprecio y algo de intolerancia hacia los diferentes a uno mismo? Si fuera así, que a mí me parece que lo es, quizá hayamos dado con otra clave para entender este curioso fenómeno, la de que aquellos que en su mente acumulan los prejuicios como un todo inseparable deben de ser soberbios, ya que miran por encima del hombro a otros, e intolerantes, porque convierten su supuesta superioridad en intransigencia.
Llegados a este punto, concluido que el problema radica en el sujeto y no en el objeto del rechazo, razonado que la causa podría estar en la soberbia y en la intolerancia, se me ocurre otra conclusión: aquellos que padecen fobias concurrentes deben de ser individuos muy poco seguros de sí mismos, que necesitan reafirmar su personalidad cotejándola con la de los demás, para lo cual les resulta útil tomar como punto de referencia a los distintos a sí mismo y considerarlos de inferior condición a la suya, con lo cual en la comparación creerán salir ganando.
Como a mí los pertenecientes a los colectivos referidos, no sólo no me producen rechazo sino por el contrario cierta simpatía cuando contemplo su lucha por el reconocimiento social, me pregunto a veces: ¿No seré yo quien tenga perturbada el alma al admitir a mi alrededor y considerar como iguales a los diferentes a mí? Es que tanto contraste entre mi actitud y la de los fóbicos me sorprende.
Como a mí los pertenecientes a los colectivos referidos, no sólo no me producen rechazo sino por el contrario cierta simpatía cuando contemplo su lucha por el reconocimiento social, me pregunto a veces: ¿No seré yo quien tenga perturbada el alma al admitir a mi alrededor y considerar como iguales a los diferentes a mí? Es que tanto contraste entre mi actitud y la de los fóbicos me sorprende.
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