Ya he hablado en alguna ocasión en este blog de los mitos, entendiendo como tales el conjunto de creencias de cualquier clase, que reside sólo en la mente de los individuos de determinados colectivos, sin que exista ningún sustrato que les dé forma real. Entre los ejemplos que se me ocurren para desarrollar la reflexión que me propongo, utilizaré el de las naciones.
Cuando hablamos de estado -no de nación-, solemos referirnos a un concepto que sí existe en la realidad. Podría decirse que tiene forma material, en cuanto a que posee leyes específicas que lo regulan, ocupa un determinado territorio geográfico, dispone de símbolos distintivos y goza de reconocimiento internacional. Los estados pueden haber nacido de ideas abstractas, muchas veces apoyadas en mitos, pero una vez configurados se han convertido en entes tangibles.
La nación, sin embargo, es un mito que sólo existe en la mente de los que dicen aceptarla como propia. Suele presentarse como el conjunto de personas que disponen de unas características específicas, entre ellas una larga historia, unas costumbres que las hace diferentes al resto de los mortales y unos héroes ancestrales que defendieron su identidad colectiva hasta límites sobrehumanos. A veces, no siempre, disponen de lengua propia.
Los nacionalistas, a falta de realidades en las que apoyar el concepto abstracto que reside en sus mentes, magnifican estas características, trasladan el origen de su andadura colectiva cuanto más atrás mejor, agrandan las bondades de sus caudillos, ensalzan la importancia de sus hábitos y usanzas, en definitiva agigantan cuanto pueden los mitos con los que pretenden dar forma a lo que sólo existe en sus mentes.
El concepto de nación es tan abstracto, que nunca se sabe dónde acaba una y dónde empieza la siguiente. No existen fronteras físicas, porque las ideas no tienen límites reconocibles. Como consecuencia, los nacionalismos, el conjunto de teorías que defiende a cada una de las naciones, chocan entre sí y se enfrentan cuando las ideas entran en conflicto.
Los llamados nacionalismos periféricos españoles, aquellos que defienden el reconocimiento de una nación dentro de un estado plurinacional, chocan contra otro nacionalismo de índole muy parecida, el centralista. Un choque de ideas abstractas, de mitos sin forma real, que de no tratarse con la inteligencia necesaria puede llevar a los colectivos que soportan las dos nacionalidades a tensiones de proporciones gigantescas e incontrolables, como lamentablemente estamos contemplando ahora en España.
Todavía podríamos dar un paso más en este análisis de nacionalismos encontrados, si cruzamos las fronteras de nuestro país y meditamos sobre la Unión Europea. Aquí los distintos nacionalismos centralistas se darán en ocasiones de bruces con el nacionalismo europeo, que como tal no sería más que otra entelequia. Porque si no existen las naciones periféricas ni las centrales, tampoco podrá existir la supranacional.
Creo que nos ahorraríamos muchas energías si en vez de hablar de naciones y de nacionalismos, habláramos de estados contenidos en otros estados o en organizaciones internacionales. Ese leguaje sí es real, el de las entidades políticas. Los independentistas deberían dejar a un lado tanto discurso nacionalista y explicar las razones que les llevan a solicitar la separación del estado al que ahora pertenecen; y los centralistas tendrían la obligación de atender esas razones, ponerlas encima de la mesa y discutirlas desde la perspectiva de lo real y no de los mitos. Quizá así nos entendiéramos mejor y llegáramos a soluciones razonables.
Dejemos a un lado a don Pelayo y a Wifredo el Velloso, y hablemos de derecho político y de articulación de los estados con distintas mitos nacionales, que eso sí es real.
Luis, hay otro concepto de nación, el de la primera acepción del DRAE: “Conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo Gobierno.” Y ceo que los “nacionalismos periféricos” aspiran a esa y no a la de “una nación dentro de un estado plurinacional”.
ResponderEliminarCuando oigo estos días hablar a los políticos “españoles” sobre “seducir” a las regiones independentistas, reconocer sus singularidades, cambiar estructuras estatales para que se sientan más a gusto y cosas semejantes creo que hace mucho tiempo que no han estado en Cataluña.
Aquí te dejo un comentario (con el que no estoy totalmente de acuerdo) de un lector de El País sobre un artículo sobre el referéndum.
"No me han quedado claras aun las razones que justifican ese referéndum en Cataluña. Si es porque la mayor parte de la población lo quiere me parece legítimo. Pero si es por razones históricas, cualquier hispanista inglés (para evitar sospechas de ser españolista) les puede decir que Cataluña nunca fue una nación y que comunidades como Navarra, Asturias León o Aragón tienen más derechos a constituirse en un estado autónomo que Cataluña. Para los analfabetos históricos la semilla de la actual Cataluña fueron los condados catalanes que rendían vasallaje al reino Franco, de ahí pasó a formar parte del Reyno de Aragón y de ahí a formar parte en el 1492 y dentro del Reyno de Aragón, de España. Pero insisto que si la mayoría quiere un referéndum a mi me parece bien. De hecho ya puestos voy a plantear uno en mi aldea de 12 habitantes. Tenemos lengua propia y más derechos históricos que Cataluña."
Y no sigo porque esto en lugar de un comentario parece otro post.
Ángel
Amigo Ángel: éste es el tipo de discusión sobre las naciones (Imperio Carolingio, Condados Catalanes, Reino de Aragón, España de los Reyes Católicos, ...) que yo recomiendo evitar por estéril. Al artículo del lector de El País podrían contraponerse muchos otros de signo contrario. Al final todos son mitos. Pero la realidad es que una parte de los catalanes, difícil de evaluar, es cierto, pero abultada, quiere independizarse de España y formar su propio estado independiente. Yo no hablo de referendum, hablo de salida negociada de la situación, porque seguro que existe alguna aceptable por todos. Lo demás es marear la perdiz y enconar cada vez más el problema. Y a mí, que no quiero que Cataluña se separe de España, no me vale con mantenerla unida a la fuerza. Eso sería pan para hoy y hambre para mañana.
ResponderEliminarUn abrazo