14 de enero de 2016

Qué país, qué paisaje y qué paisanaje

Tomo prestadas de don Miguel de Unamuno las palabras del título de esta entrada, nada menos que de aquel gigante del pensamiento, de una de las mentes más preclaras del mundo intelectual español; y  pido por tanto perdón anticipado por mi osadía. Pero es que la impresión que me ha causado el espectáculo que nos ofrecieron algunos nuevos diputados del Congreso durante la sesión inaugural de la nueva legislatura, las ha traído a mi memoria y no he podido esquivar la tentación de utilizarlas.

Niños de teta, bicicletas frente al parlamento, chaquetas en los respaldos de los asientos, charangas callejeras, soflamas añadidas al juramento o a la promesa de fidelidad, todo un variopinto conjunto de comportamientos novedosos, con los que posiblemente sus señorías querían representar su idea del cambio. Mucha chicha y poca enjundia, más anécdota que categoría, demasiada espuma y apenas cerveza.

Dicho lo anterior, añadiré que nada tengo que objetar a ese comportamiento desde el fondo de mi alma democrática, aunque sienta un rechazo absoluto desde mi profunda convicción de que el hábito no hace al monje. Se podrían haber ahorrado la fanfarria demagógica y el espectáculo circense, y haber entrado en la sede de la soberanía nacional con la dignidad que exigía el momento, aunque no fuera más que por respeto a sus votantes.

Unas horas antes, el líder de Podemos sorprendió a la concurrencia mediática con un cabreo mayúsculo, porque la configuración de la Mesa del Congreso no respondía a sus exactos deseos; y, por si fuera poco, utilizando una nueva denominación despectiva hacia los otros tres grandes partidos, la de bunker: parece ser que aquello de casta se le ha quedado pequeño.¡Vaya por dios!

Por otro lado, la exigencia de Pablo Iglesias de que Podemos disponga de cuatro grupos en el parlamento, aparenta haberse convertido en una auténtica obsesión por su parte, insistencia que ya algunos de sus adversarios han tildado de intento de conseguir más sillones, precisamente una de las acusaciones que aquel líder va lanzando a los demás, a diestro y a siniestro. Algo de incoherencia intelectual se me antoja.

En las comparecencias frente a la prensa de los últimos días, el tono de Pablo Iglesias, de una sobreactuación excesiva, parece más el de un político en campaña que el del jefe de filas de un partido democrático que ha alcanzado una abultada representación en la cámara baja. Pero claro, es posible que esté pensando más en unas nuevas elecciones, que barran todavía más a su favor, que en lograr pactos de progreso y cambio, precisamente la razón por lo que le han votado sus electores. En vez de pensar en resolver cuanto antes la difícil encrucijada en la que se encuentra el país, da la sensación de que se hubiera quedado insatisfecho con los resultados y aspirara a más.

Nunca he visto fácil conformar una mayoría de izquierdas con los resultados obtenidos por el PSOE y por Podemos, pero a la vista de este comportamiento me está pareciendo imposible. Los votantes de este último partido no pueden sentirse satisfechos por la actitud de su líder, a menos que sus cabezas abriguen la idea que parece ocupar la del señor Iglesias, la del tacticismo político en vez de la de asegurar el cambio, la regeneración democrática y la recuperación de las prestaciones sociales, objetivos que, aunque con dificultades, podrían alcanzarse, siempre por supuesto con un talante por parte de los responsables políticos que permitiera acuerdos entre las formaciones progresistas.

He dicho en más de una ocasión que en mi opinión la división de la izquierda es uno de los males seculares que padece la política española, sobre todo en un país en el que la derecha suele presentarse como un bloque monolítico. Ahora que ésta se ha dividido para dar lugar a la aparición de un partido conservador más centrado que el que ha gobernado el país durante los cuatro últimos años, cuando la inteligencia y no la visceralidad pueden lograr acuerdos de cambio, da la sensensación de que el señor Iglesias quisiera desmarcarse, no sé si por estrategia a corto plazo o porque no sea capaz de hacer política sino sólo asambleísmo.

Qué país, qué paisaje y qué paisanaje.

3 comentarios:

  1. La lectura de tu entrada me afianza una vez más en lo que siempre he pensado, incluyéndome a mí mismo en este pensamiento, de que todo juicio se ancla siempre en un prejuicio.

    Tendríamos que disponer los humanos, para no fundamentar nuestros juicios en los particulares prejuicios, un manual de la verdad absoluta, de las formas correctas, de las expresiones intachables, de los gestos buenos, etc... Y así saber discernir en todo momento el bien del mal, lo verdadero de lo falso y lo correcto de lo incorrecto.

    Lamentablemente, todavía nadie ha escrito ese manual. Seguiremos, por tanto, fundamentando nuestros juicios en nuestros prejuicios.

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  2. Querido Alfonso, mis opiniones, como todas las humanas, son subjetivas. Ahora bien, sin negar que algunas se basen en prejuicios, lo que hago en esta ocasión es juzgar lo que han visto mis ojos y ha percibido mi mente. No he prejuzgado, he juzgado, aunque sin duda con subjetividad.
    Un abrazo

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  3. Tan brillante el artículo como la frase prestada de Don Miguel de Unamuno. Enhorabuena tardía; hasta hoy no había leído el artículo.

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