He extraído el título de la frase que le oí a una de las numerosas personas con las que hemos hablado estos días. Era el guarda de seguridad del palacio de Bracamonte -licenciado en Historia, por más señas- que nos sirvió de cicerone en uno de los tantos lugares que al callejear nos encontramos de repente, y que, para ser exactos, nos dijo que Ávila tenía bastantes más cosas que la Santa (Teresa) y las murallas. Porque, aunque éstas -que por supuesto recorrimos por sus adarves- parezcan eclipsar la riqueza arquitectónica de la ciudad, y los mitos que rodean a Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada pretendan oscurecer la historia de la ciudad, esta capital castellana tiene mucho más que enseñar.
Como solemos hacer siempre que haya alguno en el lugar, nos alojamos en el
Parador de Ávila, otro palacio del que sólo tendría elogios. Situado
dentro del recinto amurallado de la ciudad, su ubicación nos permitía movernos a pie por
todo el casco antiguo, sin necesidad de recurrir al coche. Nuestra habitación, escogida de antemano, daba a las murallas, una vista que al atardecer resultaba espectacular. Los paradores tienen para mí algo especial, una pátina de antigüedad sobre una base de confortable modernidad.
El primer día -28 de febrero de 2023- atravesamos la Sierra de Gredos, desde Madrid a Ávila, por una de las rutas que nunca aconsejarían los que viajan con prisas. El segundo, ya instalados, visitamos Peñaranda de Bracamonte y Alba de Tormes, dos localidades salmantinas de las que hablaré en su momento. El tercero, visitamos Junciana, un pequeño pueblo avulense, donde habíamos quedado con nuestros consuegros, de cuya casa, un antiguo establo de vacas rehabilitado para vivienda, hablaré en su momento. Ese día, además, estuvimos en El Barco de Ávila, donde comimos con nuestros anfitriones. El cuarto lo dedicamos por completo a la ciudad, con bastantes visitas que intentaré explicar en el lugar correspondiente, sin olvidarme de una muy significativa para mí, la antigua Academia de Intendencia, donde mi padre estudió su carrera militar. El quinto, después de visitar el Monasterio de Santo Tomás, palacio de verano de los Reyes Católicos, regresamos a Madrid, esta vez por “vía rápida”, es decir por la autopista de La Coruña. Mientras que a través de Gredos habíamos tardado tres horas y media, el regreso lo hicimos en hora y media, lo que demuestra que la ruta de ida, escogida intencionadamente como contaré, requiere una explicación, que daré cuando corresponda.
Aunque me propongo escribir los restantes artículos sobre este viaje en poco tiempo para evitar que la memoria me traicione, no puedo comprometer fechas. Pero sí asegurar que procuraré ser diligente.
De la ruta que has descrito, lo que mejor conozco es Barco de Ávila, por ser punto de inicio o final de la ruta del Valle del Jerte, que hemso recorrido varias veces en lso mñultipes viajes que hemos hehco de Cádiz a Pontevedra y viceversa..
ResponderEliminarÁvila lo conozco sólo de paso. Recuerdo que era un domingo cuando pasamos por allí a la hora de comer y estaba todo ocupado, de modo que tuvimos que abandonar Ávila con pesar, porque el estómago no perdona, y cuando se va de viaje es menester mantenerlo satisfecho para que no proteste, y como no hay mal que por bien no venga, tuvimos la fortuna de encontrarnos en la carretera una venta con una estupenda vista al pico de Almanzor, donde comimos un estupendo y enorme chuletón de buey, de Ávila, naturalmente.
De El Barco de Ávila diré algo más adelante. Pero esta vez no visitamos el valle del Jerte. Sí, en Castilla y León se come muy bien. Pero, en España, ¿dónde no?
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